Como el año pasado, decidí visitar el “Acuartelamiento Loyola” —nombre oficial de los cuarteles—. Como habrán leído, el sábado visitaron el acuartelamiento unas 800 personas. Puedo dar fe de ello. Las tiendas, con el “menaje” militar expuesto, estaban repletas de curiosos; los pobres soldados no daban abasto atendiéndolos a todos. Lo mismo ocurría con los vehículos.
Para mi sorpresa, se habían preparado varias actividades novedosas. En el patio había una pequeña “pista americana” donde los niños competían en destreza, con entrega de premios incluida. También, desde los balcones que rodean la plaza, se habían dispuesto dos actividades que triunfaron entre el público más arriesgado: rápel y tirolina.
En el centro del patio, cómo el año pasado, la banda de guerra tocó en varias ocasiones para ambientar la jornada. También se desarrolló la demostración cinológica —es decir, exhibición canina—. Pero, en esta ocasión, hubo también novedad: exhibición de defensa personal, en la que varios soldados hicieron gala de artes marciales en varios escenarios supuestos.
Hacia las 14:00 hubo convite para el público asistente. Los adultos pudieron disfrutar de la castrense paella y los “peques” de perritos calientes. Y yo aproveché la coyuntura para visitar la Sala Histórica.
En apenas unos meses, la Sala Histórica ha sido corregida, enmendada y aumentada hasta rozar, en toda regla, el apelativo de “museo” con mayúsculas. La gente se ha volcado con las donaciones y préstamos, hasta el punto de que han tenido que ampliar y abrir salas nuevas. Una pieza destacada: la enorme maqueta del barco “Santísima Trinidad”, conocido como “el Escorial de los mares”, que, recientemente, ha sido restaurada.
El año pasado terminé el artículo con un “el próximo año más y mejor” y se ha cumplido. ¿Qué sorpresas nos deparará el Acuartelamiento Loyola en la próxima jornada de puertas abiertas? Hasta entonces toca esperar.
ION URRESTARAZU PARADA