El miércoles 19 de diciembre de 1917, con dos horas y media de retraso, llegó a San Sebastián el cadáver de Fermín de Lasala y Collado, duque de Mandas. Dos días antes, a los 85 años de edad, había fallecido en la villa y corte de Madrid.
En la estación esperaban los albaceas testamentarios, Lojendio y Machimbarrena, y el párroco de San Ignacio, Uranga. Pese a no ser un acto oficial, acudieron muchos próceres locales a rendir un último homenaje al duque. Entre ellos se hallaban los marqueses de Riscal y Camarasa y el alcalde Zuaznávar.
El pesado ataúd de ébano con herrajes de plata oxidada fue colocado en un coche fúnebre y conducido a “Cristina-enea”, donde fue preparada la capilla ardiente.
EL FUNERAL
A las diez y media de la mañana del día 21, la Diputación, presidida por el gobernador civil conde de Pinofiel, el Ayuntamiento en corporación y numerosas personalidades acudieron a la iglesia de San Ignacio.
En el centro del templo había sido colocado un catafalco rodeado de hachones encendidos y todos los altares estaban iluminados. La misa, oficiada por Ángel Zalacain, fue de canto gregoriano. Al final, el obispo de la diócesis, Eijo, revestido con capa pluvial y mitra, rezó un responso ante el catafalco. Acto seguido, los asistentes se trasladaron a “Cristina-Enea” para la conducción del cadáver.
El cortejo fúnebre se organizó de la siguiente manera:
Asilados de la Beneficencia, portando hachones encendidos, abrían la marcha. Les seguía la cruz parroquial de San Ignacio, con todo el clero donostiarra vestido de sobrepelliz. Tras estos iba el ataúd, a hombros de familiares del duque. El féretro iba escoltado por ocho miqueletes y un cabo, sin armas. La presidencia del duelo estaba formada por el duque de Arcos, el obispo de la diócesis, los marqueses de Riscal y Tenorio, los testamentarios Machimbarrena y Lojendio y el párroco de San Ignacio. Les seguían la Diputación, presidida por el gobernador civil, y el Ayuntamiento, precedido de maceros y presidido por el alcalde Zuaznávar. Por último, la Banda Municipal interpretaba una marcha fúnebre.
La comitiva, que fue seguida por el numeroso público pese a lo desapacible del tiempo, tuvo que hacer un descanso en el cruce de Alcolea, dejando el féretro sobre una mesa, momento que se aprovechó para rezar un responso. La comitiva reemprendería la marcha al cementerio de Polloe, y tras un breve acto en la capilla, el cadáver del duque de Mandas fue enterrado en el panteón familiar, donde todavía yace.
El sábado 22, a petición de la Diputación, se celebraría en la Iglesia de Santa María una misa de réquiem por el alma del finado. Asistieron los diputados, una comisión del Ayuntamiento y demás autoridades civiles y militares de San Sebastián. Tras la misa, el Orfeón Donostiarra cantaría el “Réquiem” de Brahms.
LA HERENCIA
El duque de Mandas no tuvo descendencia y por esta misma razón decidió legar el grueso de sus bienes a la Diputación de Guipúzcoa, como único y universal heredero. No sería el único heredero, también recibieron su parte el Ayuntamiento de San Sebastián y algunas iglesias locales. Veamos cómo se distribuyó.
La Diputación se llevó una gran suma de dinero, con unas cláusulas muy claras sobre cómo administrarla—entre ellas destaca la de fundar una “Escuela-Obrador”, en la que se enseñaría lo que hoy llamamos Formación Profesional—. El ayuntamiento donostiarra se quedó con la archiconocida finca de “Cristina-Enea”, la biblioteca ducal y varias condecoraciones—entre ellas el Toisón de Oro, actualmente en paradero desconocido—. En cuanto a las iglesias, cabe destacar que lo recibido sirvió para la realización de los ventanales de San Vicente, la torre de San Ignacio y el órgano del Buen Pastor.
ION URRESTARAZU PARADA