Hacía muchos años que no iba a Londres. Estudié dos cursos en Oxford y solía ir a menudo. Tenía ganas de repetir la experiencia. Mi compañera de viaje esta vez era mi hermana Sofía y entre las dos llevábamos una buena lista de recomendaciones. Si hacíamos todo, podríamos llegar a dormir 4 horas… pero como ese no era el objetivo (como diría otra de mis hermanas, mucho más racional que yo – cosa que no es difícil -) decidimos elegir con cabeza.
Acercarnos a la Tate Modern era una visita obligada. Solo el edificio de la Tate merece la pena y sabíamos que había una exposición del artista – pintor y fotógrafo – alemán Gerhard Richter que merecía su tiempo. La pintura y la fotografía se diluyen en él de una manera natural y la sensación de movimiento que da a sus obras te deja observándolas un buen rato.
Hicimos una pausa para tomar un café en la cafetería-terraza que hay en la segunda planta y si el tiempo no es malo, hay que asomarse a ver la Catedral de Saint Paul y el puente Millenium de Norman Foster. Es un puente peatonal que cruza el río y da la sensación de ligereza y fragilidad. Los puentes, en general, tienen una belleza especial. Los museos los dejábamos para la tarde, porque ya oscurece pronto y de día merece la pena disfrutar de ver a la gente paseando y callejear hasta que el cansancio te obliga a hacer una pausa en algún café o pub inglés.
Estuvimos caminando entre las ardillas y los patos por Saint James Park, nos acercamos a Covent Garden, Regent street… Mi hermana, la reina del mojito, venía con una dirección de un lugar curioso para tomar algún cocktail (El Floridita, en Wardour street) y con otra curiosidad: una cueva donde puedes cenar quesos (y alguna ensalada) y acompañarlos de un vino. Te sientas rodeada de desconocidos y tienes que hacerte un hueco para tu plato y tu copa. Una vez sentada y sin soltar tu sitio, puedes empezar a observar las paredes, decoradas con fotos de la Reina Madre, de Kate Middelton y el Príncipe Guillermo, la Union Jack…
También nos dejamos caer por Fortnum & Mason y dejamos que nuestras narices olfateasen todo tipo de tés. Ahí le vino la vena nostálgica a mi hermana y nos fuimos. No le suele venir muy a menudo pero mejor no dejarse llevar demasiado por el pasado.
Al pasado te llevan las pinturas de bailarinas del magnífico Degas. En la Royal Academy of Arts.
Una de las noches quedamos con mi amiga la escritora colombiana Ángela Becerra y su hija. Cenamos en Wosley, un restaurante muy tradicional inglés, muy british, en Picadilly, al lado del Ritz. Nos reímos hablando de los hombres. ¡ Son un caso !
Bueno, no todos, pero la mayoría (será que últimamente he topado con una gran mayoría)