A veces, parece mentira, que después de un largo día, una no vaya a caer rendida en la cama. Otras veces, el cuerpo, muy sabio, va avisando de que la que está por llegar, va a ser una noche toledana y de desvele.
Pueden ser noches productivas o asesinas. Pueden surgir las mejores ideas o los pensamientos más oscuros. Siempre lucho contra estos últimos. Creo firmemente en que somos lo que pensamos. Como decía Roosevelt, los hombres no son prisioneros del destino, sino prisioneros de su propia mente
El pensamiento maneja nuestras emociones y nuestra conducta. También somos lo que comemos (o bebemos) – ya se que esto es menos prosaico – pero la verdad es que yo no me había dado cuenta cuando peleaba contra mi Nespresso, que tenía las de perder. De vez en cuando se rebela y me escupe unas míseras gotitas de café en lugar de llenarme la taza con generosidad. La única manera que tengo de combatir con ella es volviendo a pulsar el botón hasta que suelta algo más de café pero más terca que yo, sigue administrándome a su gusto. Confieso que soy adicta al café y que en cierto momento, pierdo sola los modales en mi cocina. Le hablo, le suelto algo taco y la aporreo. Si una máquina me gana la batalla ¿Qué pasará con ese vecino que me llama siempre a la hora de la cena para hablarme de los jardines? ¿Y con la mujer que quiere venderme sardinas de Santoña cada mes? ¿O con Lucas de Vodafone que no ha debido de entenderme que no quiero cambiare de compañía? La batalla con la cafetera es cuestión de poder y de dignidad. Finalmente me llené la taza tamaño IKEA hasta arriba y para darle en las narices, rescaté algunas gotas que seguían cayendo después de bebérmela. Me faltó hacerle un corte de mangas a la máquina pero entonces me di cuenta que estaba resultando patética. Aún y todo me fui a escribir con una sonrisa. Esta noche, sin embargo, juraría que era ella la que se reía de mí. Desvelada e insomne me he dedicado a dar vueltas en mi cama hasta que he decidido escribir este post para vengarme de ella.
Lectura recomendada para hoy: El camino de los difuntos de François Sureau (Periférica) Culpa, perdón, justicia y verdad son los cuatro conceptos que sostienen esta bella novela corta. Ha sido un gran éxito de crítica en Francia. París, comienzo de la década de 1980. Javier Ibarrategui, antiguo militante de ETA durante el franquismo, solicita que se le mantenga el asilo político en Francia (a pesar de que ya hay democracia en España) porque cree que si vuelve al País Vasco podría ser asesinado por los GAL. Para el gobierno francés se trata de un asunto muy delicado. ¿Qué hacer entonces? El jurista François Sureau, uno de los novelistas franceses más prestigiosos del presente, tenía menos de treinta años entonces y se vio involucrado en distintos casos que, con el telón de fondo de conceptos como piedad, culpa o perdón, finalmente conformaron su idea de la justicia y de la verdad.
La foto del chimpancé se la he cogido a la gran actriz Silvia Abascal de su Instagram. Para mí es una mujer que simboliza la lucha y el coraje. El chimpancé, simplemente me ha recordado a mí.