Últimamente no sé bien por qué o si lo sé y no lo quiero contar, me encuentro hablando con gente de mi entorno sobre bodas. En general las bodas son divertidas, creo que con los años se ha ido prescindiendo del peso de las obligaciones y de los compromisos y cada vez veo a más gente que se casa en la intimidad, acompañados de la gente que les quiere y que les importa esta decisión que han tomado. Quiero creer que cada vez son más las bodas por amor. Ya no hay presiones sociales o no en nuestro mundo afortunadamente y deseo pensar que lo hacen con ilusión. Seguramente pecaré de ingenua pero prefiero hacerlo a volverme una desconfiada. El otro día leí un poema que colgó en las redes la periodista y gestora cultural Violeta Dávila que decía:
“Que no crezca jamás en mis entrañas
esa calma aparente llamada escepticismo.
Huya yo del resabio,
Del cinismo
De la imparcialidad de hombros encogidos.
Crea yo siempre en la vida
Crea yo siempre
en las mil infinitas posibilidades.
Engáñenme los cantos de sirena
Tenga mi alma siempre un pellizco de ingenua.
Que nunca se parezca mi epidermis
A la piel de un paquidermo inconmovible,
Helado.
Llore yo todavía
Por sueños imposibles
Por amores prohibidos
Por fantasías de niña hechas añicos.
Huya yo del realismo encorsetado.
Consérvense en mis labios las canciones,
Muchas y muy ruidosas y con muchos acordes.
Por si vinieran tiempos de silencio.
(De Diario de un destello)
Eso quiero, creer en las bodas, en el amor, que dura lo que dura en cada caso pero que mientras lo hace, nos hace felices. Porque dónde y cómo se case cada cual no es importante.
Esta foto la hice el domingo, en la Puerta de Alcalá. Vivan las bodas moteras, las bodas en la playa, las bodas en países exóticos, en el pueblo de la abuela. Porque la felicidad es darse cuenta de que nada es demasiado importante.