¿Quién no ha soñado alguna vez – sobre todo estos días de invierno- con quedarse en casa sin salir y dedicarse a ver películas y series, leer a cualquier hora y no tener que pensar en mucho más? Yo misma, hoy lunes por la mañana, hubiera dicho : “¡yo! ¡Por supuesto! “
Un planteamiento muy parecido a este es el de la novela Mi año de descanso y relajación (Alfaguara) de la escritora Ottessa Moshfegh que nació en Boston en 1981 de madre croata y padre iraní . Con su anterior novela, Mi nombre era Eileen ( Alfaguara 2017) obtuvo el Premio PEN/Hemingway al mejor debut literario en 2016.
La protagonista de esta novela decide enclaustrarse en su lujoso apartamento en el Nueva York pre-11S, heredado de sus padres fallecidos. El nuevo milenio en la ciudad que nunca duerme la ha pillado tirada en el sofá entre restos de comida china y Orfidal mientras Whoopi Goldberg mira desde la pantalla. Así va a estar durante meses, con los botes de pastillas nunca demasiado lejos de la mano. O sobrevive, o se mata. Y no se sabe muy bien qué prefiere. “Todo eso que me digo a mi misma que no puedo hacer, se lo permito a mis personajes” cuenta Ottessa Moshfegh porque ella escribe sobre el asunto de estar vivo cuando estar vivo es una sensación terrible pero lo cuenta con un sentido de la ironía y del sarcasmo que hace que esta novela sea altamente recomendable.
En una entrevista a The Guardian, Ottessa dijo: “ Escribir Mi año de descanso y relajación fue divertido pero también fue muy triste. Lo escribí en un par de años muy tristes e inseguros de mi vida. Me estaba cambiando de casa y realmente no tenía un hogar y el libro se convirtió en mi hogar […] Empecé a sentirme similar a mis personajes, preguntándome si la nostalgia y el apego son realmente buenos para mi o si es mejor despegarse y depender solo de las características más esenciales de uno mismo.” Creo que nadie tiene una respuesta exacta a esa pregunta. Normalmente los escritores escriben para plantearse preguntas, no para tener una respuesta científica . Yo solo sé que con los años voy aprendiendo que la nostalgia solo es buena en pequeñas dosis.