Hoy he recuperado mi clase de Pilates en un grupo que no es el mío habitual y cada alumna se agarraba a su esterilla y a su hueco semanal en la sala como si el mundo fuera a derrumbarse por cambiar de rutina.
Llevo semanas volviendo a casa por caminos distintos, cambiando mi comodidad aceptando tareas que no he hecho nunca antes y aceptando que lo importante es la compañía y no los bares y que si hay que cambiar de local de los viernes, se cambia. Me gusta creer que no me he convertido en una mujer de rutinas y manías. Seguramente sólo me engaño a ratos, seguramente me guste la tranquilidad de lo conocido pero no me aferro a mi esterilla de Pilates como si un cambio de postura fuera algo fatal. Incluso estoy pensando en cambiar de opción política ahora que me ha llegado la primera propaganda electoral al buzón. Todo menos volverme una vieja maniática antes de tiempo. Por lo menos que no sea por no intentarlo.