Meses sin apenas besar, con pocos abrazos de los de verdad pero con el mar en la retina y mi piel bronceada por el sol. Mis labios todavía me saben a sal, siento que mi cuerpo, totalmente recuperado vuelve a ser mi amigo y mi cabeza poco a poco se va instalando en un Madrid más quieto, más triste pero tan hermoso como siempre. Perdí mi capacidad de escribir, no mi capacidad lectora. Dejé escrita una lista de recomendaciones para leer en verano y pronto hablaré de las novedades que están llegando. De momento tengo entre manos “Los tigres no pueden esperar eternamente” de la novelista y poeta Sonia Fides editado por Tres hermanas. Sonia escribe una vida a través de otras vidas con un tono siempre poético. Cuando la acabe, os cuento más. El pulso de la escritura lo voy recuperando a base de escribir, borrar y volver a escribir. Paseo más que antes ya que las entrevistas que hago son a través de la pantalla y necesito los árboles y la brisa para inspirarme y motivarme. En uno de estos paseos por mi barrio, me cuelo en una zona de chalés sencillos y ajardinados. Por ahí pasean tranquilamente los perros con sus dueños y no se me ocurre mejor compañía. Aprovecho para ir con mis auriculares escuchando algún podcast (haré lista de recomendaciones de mis podcasts preferidos. Anotado queda) y me dejo llevar. El otro día, sentí que alguien seguía mis pasos. Sin querer darme la vuelta, continué aligerando mi ritmo . Noté una sombra que se me acercaba más deprisa hasta que me di cuenta de que mi perseguidor era un perro enorme, con una cara algo triste pero que se lanzó a besarme con su lengua áspera y larga. Se llevó por delante mi mascarilla, mis auriculares y giraba sobre si mismo meneando el rabo como un limpiaparabrisas. Su dueño, un hombre de una edad parecida a la mía y de bastante buen ver, se disculpó atropelladamente hasta que noto que Bowie y yo estábamos a lo nuestro, entre caricias y besos, seguramente disfrutando de lo que todavía se puede hacer, besarse con un perro sin mascarilla ni distancia. Su dueño se quedó maravillado y me dijo el mejor piropo que me podrían decir en estos momentos : “ Estoy alucinado, es adoptado y tiene miedo de todo el mundo. En meses no se había acercado a nadie y te ha ido siguiendo un buen rato. ¡Pero si no te suelta!”. Nos despedimos con un gran beso y me fui con una sonrisa de oreja a oreja. Seguramente solo los que amamos cada vez más a los animales me entenderán. Estoy segura de que lo haría Arturo Pérez Reverte, que acaba de sacar ya su nueva novela “Línea de fuego” (Alfaguara) o mi amigo Alejandro Palomas que tiene un libro nuevo, un bellísimo poemario “Una flor” (Letraversal Poesía).