La vida nos deja cicatrices que vamos reparando como podemos. Algunos lo hacen con más arte que otros pero la marca queda. Esas cicatrices son un recuerdo de lo vivido y de ello tenemos que aprender.
El kintsugi es un arte japonés, una técnica centenaria que consiste en reparar con oro las piezas de cerámica rotas, haciendo hincapié en las grietas en lugar de ocultarlas. Este arte comparte una filosofía de vida que es aquella que nos recuerda que nuestros accidentes, nuestras heridas y nuestras preocupaciones, esos acontecimientos que nos han hecho sufrir pero que nos han permitido crecer, nos han dejado una huella que no conviene taparla del todo sino dejarla a la vista para seguir aprendiendo. Esta manera de encarar las heridas del alma se plasma en el Kintsugi ( Kin, “oro” y tsugi “juntura”) y lo explica muy bien la escritora francesa Céline Santini en su libro Kintsugi, el arte de la resiliencia ( Libros Cúpula). Se trata de un proceso de reparación largo y preciso y como todo trabajo lento, paciente, manual, da sus frutos al cabo del tiempo porque todo dolor necesita un duelo.
Como muchas de las actividades japonesas, el kintsugi, llamado también kintsukuroi, es una técnica artesanal y un arte. Como práctica consiste en reparar objetos rotos de cerámica con una pasta de resina de laca, mezclada con polvo de oro, plata o platino, con la intención de dejar a la vista las “cicatrices de la reparación”
La escritora y coach en desarrollo personal y arteterapia, cuenta que “estaba pasando por un momento difícil, mi segundo divorcio. Ese día, compré una revista que decía: “Cómo salir exitoso de un divorcio”. El artículo evocaba al kintsugi. Sentí una señal interior e investigué acerca de esta práctica y fue toda una revelación”. Cada uno de nosotros tiene que buscar cómo reparar sus heridas porque como dijo Ernest Hemingway:
“El mundo nos rompe a todos. Y luego algunos se hacen más fuertes en las partes rotas.”