Madrid se va vaciando poco a poco y la gente anda más relajada. Las terrazas se llenan todas las noches y parece que se recuperan las ganas de una buena conversación. Al lado de mi casa, hay un bar que ha tenido cientos de dueños. Cada pocos meses, cerraba y venía otro pensando que lo haría mejor.
Hace seis meses llegó Juan, lo decoró con velas aromáticas, incienso, conchas y una enorme sonrisa. Con cada bebida te pone patatas, cacahuetes, croquetas… Llegas a casa cenada. Ha puesto wifi, por supuesto, unas buenas sillas, unos liliums en cada mesa, unas sillas cómodas y se para a charlar un rato en cada mesa.
El bar se llama Juan sin prisa y le va que ni pintado porque Juan no conoce las prisas.
Sabe que un rato de conversación en los tiempos en los que vivimos, es el mejor regalo. La terraza está a rebosar desde la hora del desayuno. Juan se ha molestado en conocer al panadero y le deja las mejores barras y los mejores bollos. Juan se ha hecho amigo del de telefónica y en 24 horas tenía la conexión a Internet.
Juan sabe que hay crisis y pone un buen menú a 8 €. ¡Seguro que esta vez el negocio no cerrará!
Creo que por todo eso, el cuadro que más me gustó de la exposición de Matisse en el Thyssen fue Conversación bajo el olivo. Dos mujeres charlan bajo un olivo, sin prisas, sin agobios, con todo el tiempo del mundo. ¿Sobre qué estarán hablando?
P.D.: Hoy es el cumpleaños de mi amiga la escritora Ángela Becerra. ¡Felicidades Ángela! Eres una gran conversadora.
¡No os perdáis sus libros!