Cada año selecciono más las cenas navideñas a las que me apunto. Hoy en día, si quieres cenar fuera de casa durante diez días, tienes excusa fácil: cena con las del gimnasio, con las madres del colegio, con las vecinas, con los compañeros de trabajo (si eres autónoma o freelance eso multiplica por tres las posibilidades) con los compañeros de la clase de inglés, con las de Pilates… ¡Imagínate si compras un décimo de lotería por cada grupo que he mencionado y sin haber hablado esta vez de la familia!
Por lo tanto, he decidido que aunque 2015 esté a la vuelta de la esquina:
¡El mundo no se acaba! Sólo quedaré con quien me apetezca de verdad y espero que lo mismo ocurra con los demás, que sólo queden conmigo si tienen ganas de verdad. Nada de obligaciones ni cenas forzadas.
Por ejemplo, volviendo de Sevilla en el AVE, de celebrar mi cumpleaños con las amigas, se nos ocurrió (bueno, fue a Rosa) organizar una quedada de amigas y vender a precio de risa la ropa que no nos ponemos desde hace un tiempo. La condición era que estuviera en buenas condiciones, nada de porquerías. Esa fue la excusa para beber, comer, reír, charlar, conocer a gente nueva y pasar un rato de lo más divertido. Nos libramos de un par de sesiones de psicólogo, nos olvidamos de tallas y kilos, nos mostramos tal y como somos. La ventaja es que todas habíamos cumplido los 40 y eso da una perspectiva de la vida que tan sólo se aprende cumpliendo años.
Una persona que sabe cumplir años y a quien admiro profundamente por su bondad, sentido del humor, generosidad y una filosofía vital envidiable es mi querido Leopoldo Abadía que acaba de publicar en Espasa Cómo hacerse mayor sin volverse un gruñón. Se lo recomiendo a todo el mundo. Llevo años siguiendo a Leopoldo y he aprendido muchísimo de él. Si él me lo permite, un día contaré lo qué él ha aportado a mi familia. Es un hombre que sabe hacerse querer y que de gruñón no tiene un pelo. Es un hombre elegante por fuera y por dentro. De su libro me quedo con esta frase: “A mi me horripilan los viejos que se dedican a amargar su vida, la de su equipo, la de los amigos, la de sus hijos, nietos, bisnietos… Aquellos que en la primera tormenta de verano el 1 de Agosto te miran con su cara arrugada y con tono perdonavidas te dicen:
– Ya se acabó el verano. “
Leopoldo jamás te diría eso. Leopoldo te animaría y te diría que la vida es un constante volver a empezar y te daría ánimos, de los inteligentes, de los sinceros.
Un excelente libro para leer y regalar. Como contaba él hace poco en una tertulia: “este libro me piden que se lo dedique para los demás: a una cuñada, un marido, un amigo… “
Me lo he leído de cabo a rabo y además de reírme, he reflexionado y he tomado nota. Gracias de nuevo, Leopoldo.