El mar lleva varios días tranquilos pero es cierto que la calma del mediterráneo engaña. Uno se confía y ¡ zas ! de repente, se pone bravo. Navegando en el Aize Eder II, llegamos a uno de esos rincones de la isla en los que una se perdería y desearía no ser encontrada en unos cuantos meses. Me llevaría a ese agua color aguamarina y a esa arena blanca unos buenos libros, música selecta en el I-pod , crema, un par de pareos , tres o cuatro biquinis y un gorro. Desayunaría, comería y cenaría en el único chiringuito que hay : El último paraíso. Tendría que llevar algo de dinero porque no admite tarjetas o negociaría con su dueño para que me abriese una cuenta y pagarle cuando me encontrasen. No necesitaría un ordenador. Con un bolígrafo y unos cuantos cuadernos me apañaría. La variedad de gente que pasa por esa playa y por El último paraíso, me daría para apuntar bastantes anécdotas. Regresaría con un buen manuscrito entre mis manos y volvería al cabo de unos meses para escribir la segunda parte.