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Amaia Michelena

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Una tarde en el hipódromo

Ayer fue día de fiesta, y como en mi casa somos muy de tradiciones, ¡día de hipódromo! Como cada año tuvimos comida familiar para festejar los santos de mi madre y mi abuela, y después de ponernos como el Kiko de cosas riquísimas, por la tarde fuimos a Lasarte a dejarnos la herencia con los caballitos. Me había despertado temprano y me dio tiempo de ir a corretear por la ciudad a primera hora y de ir a la playa, toldo, antes de comer. Por la tarde estaba rota, ¡sin siesta! pero fue una jornada genial. Lo cierto es que ya a la entrada de Lasarte era imposible pisar el acelerador de la caravana que había. El parking estaba emmbotelladísimo también, y tengo que decir que me pudo la emoción del momento, porque con lo poco amiga de las aglomeraciones que soy, ¡casi me doy la vuelta!

El ritual siempre ha de ser el mismo. Ese día cada miembro de la familia revisa escrupulosamente la sección de deportes, bolígrafo en mano, para ir haciendo sus cábalas según el entendido del “Diario Vasco”. Generalmente nos llevamos el recorte en el bolsillo, pero aún así nos gastamos un dineral en el programa oficial de pago que venden en una mesita junto a la entrada, que también tiene un precio considerable, dicho sea de paso. Pero esto no es todo. Como cada año hay algún tipo de apuesta nueva o llevamos a algún despistadillo que a lo largo del verano no ha pisado el hipódromo, vamos a por un tercer programa, esta vez gratuito y al lado del bar. Lo reparten unas azafatas guapísimas achicharradas en una especie de chiringo de “Miko”. ¡Son super amables, pero de caballos entienden menos que yo!

Podéis imaginar, que después de todo este ritual de día de fiesta; comida familiar, comitiva, aparcamiento, entrada y recopilación de bolis y datos para hacer nuestras apuestas, son como las seis o seis y media de la tarde y estamos ya en la segunda o tercera carrera. ¡Pero no os preocupéis, la tarde es larga y aún quedan cuatro más! Además, las mejores carreras, y por lo tanto mejores caballitos, son las centrales. ¡Y aún está la cosa en el aire! Como os he comentado nuestra afición viene de largo, con lo que, ¿por qué no perder diez minutillos más en el bar con un “Gyn-tonic” y así hablar con preparados veteranos, dueños de caballos, y aficionados veteranos también?

Sí, ya estamos preparados para la “gemela-colocado”, la “ganador, la “tripleta por orden” y hasta para competir nosotros. A mi padre con todos estos datos le vale. Aún así siempre me acompaña, es tradición, a ver los caballos que van a competir. Al tiempo que el tiene en cuenta, sí está nervioso o no, sí lleva antiojeras, sí han descrito que es ” difícil en la salida!”, yo por mi parte tomo mis propias decisiones. Y como si entendiese algo, me quedo seria y reflexiva al tiempo que anoto en mis apuntes, sin tener en cuenta naaaaaaaaaaada de lo anterior, sí la jinete es simpática y me ha sonreído al dar las vueltitas, sí la yegua es torda y lleva trenzas, o ¡si la camisa oficial de la cuadra es de lunares color lima y me chifla!

Así que, amigos, si después del post de hoy, os han entrado ganas, avisadme que el domingo repetimos. Da lo mismo el criterio de mi padre o el mío. Ganemos o no ganemos, ¡siempre hay premio! Antes de volver a casa, nos desviamos por la carretera comarcal y paramos a cenar al aire libre en los caseríos de los alrededores.

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Aventuras y desventuras de una zanahoria postadolescente

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