Vuelvo a la carga después de haber tenido unos cuantos días el chiringuito cerrado por vacaciones. Llevo casi una semana en Haro. Es el pueblo en el que nació mi abuela materna y en el que la familia veraneaba cuando mi madre y mis tíos eran pequeños. Aún tenemos primos por aquí, y una casa tipo “Cuéntame” que es de peli de Almodóvar.
Para nosotros el pueblo sigue siendo entrañable, a pesar de haber crecido una barbaridad. Me recuerda a los barrios nuevos de Vitoria, que se extienden llenos de casas hasta el infinito y más allá, todos iguales como colmenas. A pesar de todo, el centro sigue siendo el mismo, más bonito y renovado si cabe. La plaza, “El Suizo”, “La Herradura” que es la zona de pintxos/tapeo por excelencia, “Fuentelmoro”, “La Fuente de la Salud”, “Vistalegre”, etc… (Hay que leerlo en voz alta y con un potente acento riojano).
Las fiestas grandes fueron en julio, y ahora en septiembre, vuelven a la carga con la vendimia y nuevos festejos. Y aunque esta semana, los bilbaínos celebran su “Aste Nagusia”, aún quedan muchos nostálgicos del picantillo y el buen comer por aquí. Además de veraneantes alaveses, guipuzcoanos, y de otros sitios que invaden a los foráneos. No hay pérdida. Para saber quién es “vasquito”, no hay más que observar. La primera misión que tenemos todos al llegar es pasar por el gran, supremo e irremplazable “Mercadona”. Y es que, creedme, ¡es una auténtica locura! ¡Ayer, llegué a ver a señoras discutiendo en la sección de las cremas! Una había hecho tal acopio de anti-celulíticas, que había arramplado la de la mujer de al lado, que justo leía la trasera de un botecito. Da para otro post que llegará en breve, amigos.
Hay infinidad de lugares y planes que hacer cada día, y es difícil hacerlos solo a pesar de estar en “temporada baja” por llamarlo de alguna manera. El ritual es el mismo para todos. Antes o después se pasa por el paraíso de las cremas baratas. Pero antes o después se pasa también por “La Ventilla”, para hacer los recados y llenar el carro de la compra con productos de la tierra y buen vino. El pimentón picante, el chorizo, las morcillas, “delgadillas” (morcillas pequeñitas hechas con la misma masa), y la fruta de la zona son imprescindibles. Y tener un carnicero de referencia que te guarde unas buenas “chuletillas de cordero”, si pueden ser de palo mejor, es otro de los básicos de Haro.
En el pueblo hace mucho calor. Es de ese seco, del que te quema hasta el asfalto, ¡y la hora del paseo es vital! La mejor opción es observar a la gente mayor, como siempre. Muchos van a misa, y se levantan temprano. Pero las campanas suenan a diario así que es difícil para todos quedarse en la cama aunque no vayas a la iglesia. Después hacen los recados, y es impresionante, porque a lo largo del día parece un pueblo fantasma. Hasta las ocho de la tarde no vaga un alma por las calles, y a partir de esa hora, no hay un banco en el que poder sentarse. ¡Todos salen a la fresca antes de cenar y acostarse! Los de fuera somos habituales de las terrazas, y como no aprendemos, nos dejamos aplatanar al sol durante las peores horas, las centrales, en las piscinas o en el río.
La verdad es que vengo muy poco a Haro, pero me he dado cuenta, de que me encanta tener pueblo. Eso sí, al tiempo que los mayores van a misa, me he dedicado a salir correr por la orilla del río y en la piscina no he parado nadar, porque por mucha anti-celulítica del Mercadona que me eche, ¡el par de kilitos de más para las regatas no me quita nadie!
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡QUÉ VIVAN LAS VACACIONES EN EL PUEBLO!!!!!!