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Amaia Michelena

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La pinza de la vergüenza

Llevo años con el pelo muy largo. Es lo que nos pasa a las zanahorias, que hay pocas. Todos nos dicen que tenemos un pelo muy bonito, y nos lo terminamos creyendo. De ahí que jamás de los jamases nos lo cortemos, Véase “Rapuncel” (esta es rubia, pero me sirve), “Mérida”, “Brave”, o cualquier princesa medieval.

El caso, es que he sido fiel a mi estilista desde hace al menos diez años. Sólo recuerdo una vez, en la que dejé meter mano ahí arriba, a una chica muy simpática de “Azul Peluqueros”. Sí, en ocasiones me falta glamour, lo sé, pero no lo contéis, ¡que quede entre nosotros, plese!

Vivía en Madrid, se me estaban echando los meses encima, y aunque tengo mucha maña para los recogidos, aquello empezaba a ser un “sindios”. Tenía infinidad de trajes de chaqueta; de falda, de americana más pantalón, raya diplomática. ¡Podía haber ido hecha un auténtico pincel, si no llega a ser por mi melenilla de hippie trasnochada!

Cada día pasaba al salir de trabajar por aquella peluquería de Fuencarral, y pensaba, “barato sí, lo de bueno y bonito…”. Un buen día me decidí a entrar, me junté a la más alternativa del chiringo y le pedía el corte más clásico de todos los modernos que le habían enseñado a hacer. La verdad es que nos lo pasamos muy bien aquella tarde, incluso intercambiamos teléfonos por aquello de ser nueva en la ciudad y a día de hoy aunque sólo nos felicitamos en navidad, somos amigas de facebook. ¡Mis “likes”, son sus “likes”!

En aquella ocasión no arriesgué. La moderna pilló rápido que se trataba de hacerme la pelota. Me habló de lo domable que tenía el pelo, “aunque finito” y se ahorró en todo momento, lo muchísimo que se me estaba cayendo por los nervios que pasaba a diario en la gran ciudad.

Pues bien, de esto hará unos cinco años. Y desde entonces hasta el mes pasado, he seguido en mi “pelu” de toda la vida, saneándo melena un par de veces por año. Con la cosa de la crisis, y la economía de subsistencia, decidí sondear a mis amigas a cerca de precios, fidelidad, y nivel de satisfacción en peluquerías. Hay que tener en cuenta, que nunca, casi ninguna, salimos cien por cien contentas. Normalmente, pagamos un dineral para llegar a casa, lavarnos, y ver cómo nos queda “al natural”, sin lacas ni mejunjes varios. ¡Cómo si saliésemos así de la playa!

Total, que al terminar el verano, y casi pisándome las puntas, me tiré a la piscina y dejé hacer lo que quiso a una chica, también muy simpática, aunque menos “pelota” que las anteriores. El resultado ha sido, melena sanísima, ¡pero prácticamente a la altura del hombro! No lo había tenido tan corto desde la época de la comunión, y eso porque iba a la piscina cada día después del cole y era más cómodo el pelo corto para no coger catarros y faltar a clase.

Así qué, amigos, si me veis últimamente con cara de pardilla y moño de vieja, es porque me da vergüenza soltarme la coleta, me da miedo, ¡no sea que haya perdido también la fuerza, como “Sansón”, y me tire el viento cuando paseo con Yuka!

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Aventuras y desventuras de una zanahoria postadolescente

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octubre 2013
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