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Amaia Michelena

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De cuando me pilló una ola en el “Pico del Loro”

Esta entrada va por un amigo que está lejos, y jura leerme a diario en el desayuno.

Son geniales los días rasos y frescos. Y he vuelto a hacerlo, sí. Ayer me atreví, y atravesé las dos playas de la bahía; la “Kontxa” y “Ondarreta” en plena hora punta, ¡cuando sube la marea!. No ha sido mucho arriesgar en esta ocasión, aunque me mojé los pies. Nadie lo notó, y mi máxima fue pasar lo que quedaba de día con los dedos arrugados, pero el paseo oxigenante y regenerativo mereció la pena.

Fue hace muchos años. Tenemos que remontarnos a la primera vez que me corté flequillo, allá por segundo de carrera, cuando era una moderna de la vida y practicaba el senderismo con carpeta. (Véase época universitaria, en la que te fumas las clases, trabajas los fines de semana, no tienes tiempo para estudiar en condiciones- o más bien, eres tonto y no te apañas- y tu vida se convierte en un círculo vicioso, del que no sales hasta que te entra un poquito de cordura de repente).

Un día, en el que probablemente me había escaqueado de la última clase de la mañana, pero tenía que llegar a comer a la hora de siempre, decidí hacer tiempo. Iba hecha un pincel,  con calzado plano, ¡aún recuerdo el bolso, y todo el atuendo que llevaba puesto! Bajé a la playa por la primera rampa, la que está justo frente al “Hotel Londres”, y paseé cual jubilado que ya ha terminado de cumplir con los deberes laborales de la vida.

Cuando llegué al final de la playa de la “Kontxa”, ni corta ni perezosa y en mi mundo de “Alicia en el País de las Maravillas”,  ¡no retrocedí! Tarde, muy tarde. Para cuando bajé los tres peldaños que te llevan a “Ondarreta”, me dí cuenta de que era imposible seguir, ¡pero tampoco dar marcha atrás! Llevaba falda y medias, con lo que no me daba tiempo a quitarme todo el “kit paseo”, porque la marea me iba a pillar de pleno, con lo que seguí, saltando charcos, con cuidado, de sólo mojarme lo mínimo.

Satisfecha y creyéndome la mejor, canté victoria internamente, justo, cuando una ola gigante se me vino encima. Con plumífero, teléfono móvil “Alkatel” tamaño “zapatófono”, cartera, carpeta forrada con las fotos de los grupos más “grunges” del momento, ¡y el flequillo como una tabla recién alisado!

Pasó lo que tenía que pasar. Asusté a los verdaderos jubilados, que apoyados en la barandilla, presenciaron el acontecimiento. Se rieron como nadie, al verme sana, flotando con el plumífero, y no me preguntéis como, conseguí levantar el bolso, salvar el móvil y llamar a mi madre, que enfadada porque me había escaqueado de la última clase de la “uni”, me hizo salir al paseo como un pollo mojado para venir en coche a mi rescate. Los apuntes no pudieron salvarse, eso sí, la carpeta, con solera y olor a salitre, duró el resto del curso.

Amigos, reíros, que yo ahora también lo hago. Juré no pasar en invierno por ahí nunca más en las mismas circunstancias, pero ayer me pudieron las ganas, y como soy como “Rambo”, me lancé a la aventura volviendo a arriesgar. Dos ya han sido muchas y no pienso hacer que el refrán se cumpla, ¡no va a haber una tercera!

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Aventuras y desventuras de una zanahoria postadolescente

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