Os doy permiso para que matéis a una avispa. Son malas. Bellas sí, pero muerden. Las buenas son las otras, las que hacen la miel, las feas y gordas!
Ayer noche, apagué la luz del minipiso, ó ático duplex según época del año (véase entrada otoño-invierno en este mismo blog), dejando únicamente la lámpara de la mesilla de mi lado de la cama. Me las prometía felices, cuando de repente y sin venir a cuento de nada, empezó un zumbido monótono, constante, inquietante en cualquier caso. Creyendo que era el viento lo dejé estar, hasta que voló por encima de mi nariz un bicho salido de los confines de la tierra y enviado por Satanás o mi peor enemiga (alguna a la que le robé la última talla “M” de algún jersey de Zara).
¡Mirad que cara tienen, y hay miles! Con mi permiso y autoridad os podéis liar a zapatillazos con ellas. Según la RAE, hablamos de; “insectos himenópteros de tamaño moderado (1-1,5 cm), de color amarillo con bandas negras, dotados de aguijón venenoso y que viven en sociedad. Pero vamos a ver, ¿qué necesidad tienen estas de vivir en sociedad, en mí sociedad? ¡Si tuve que sacar la espada láser, para intentar echar a un solo espécimen de mi habitación sin que me atacase con su cara de pinchadora en serie al caer la luz!
Por tanto, y con todo mi amor, os hago partícipes del exterminio. Yo, salvadora de caracoles de la lechuga, amante de los ratones de cola larga, culebrillas y seres de cuatro patas. ¡En el nómine pater, et file et espíritu santo, AMEN!