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Amaia Michelena

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Mal cuerpo

De lo mejor que se ha inventado; el transporte público. A nivel personal; no me gusta.

Y no será por no intentarlo, ¡Dios me libre! Llevo años ya, cogiendo el autobús con mayor o menor frecuencia. Casi tantos como tengo. Durante mucho tiempo, incluso, hice del autobús mi medio de transporte diario, allá por los noventa. Y si nos acercamos más al 2013, también he sido usuaria habitual de autobuses para desplazarme de San Sebastián a Vitoria, o Madrid, según la época.

Cuando cumplí trece, tuve mucha suerte. Desde movilidad del ayuntamiento, se decidieron a traer los autobuses articulados a Donostia. Eran toda una novedad, larguísimos, igual que sus rutas. Eran capaces de llevarme desde el colegio hasta casa, atravesando todo el centro de la ciudad, y en tan solo cuarenta minutos. Se me olvidaba mencionar, que estaba en plena pubertad. Cogía el autobus con varias compañeras de clase, llevábamos mochilas gigantes, y como no teníamos móvil, nos dedicábamos a chillar y llamar la atención en el centro del autobús, en el muelle, para conseguir que unos cuantos chicos, también del colegio, nos mirasen. Yo, que soy propensa al mareo, me moría del malestar. ¡Mi cara era siempre un poema, imposible engullir el bocata!

Terminé aquella época en moto, y una vez en la universidad, y siguiendo con las dos ruedas, cambie ciclomotor por bicicleta. Teniendo en cuenta que en Donostia no para de llover, soy una de las campeonas en récord de catarros de la zona. Creo que soy inmune a frenadoles, hibuprofenos y he de confesar que me he hecho adicta al “vicks-vaporub”. ¡Qué nadie se alarme, son años ya, pero lo estoy dejando!

Cambio de párrafo, y de época. Llegué a la vida laboral en autobús de nuevo, pero esta vez interurbano. Era capaz de ponerme en primera fila, ya no tenía que ligar con los chicos de mi “cole”, y el duelo no resultaba tan duro. Aún así, moría cada vez que me tocaba el que salía de Vitoria, paraba en Alsasua, y además se metía en todos los pueblos de la provincia. Total, mareo y dos horas de trayecto. El otro día vine de Madrid en el “Alsa” y rememoré una época, que mejor olvidar. ¿Es necesaria esa parada en Burgos, en pleno sueñecito?

Pues bien, una vez terminado mi  remember, he de deciros, que me he sacado la tarjeta “Lurralde bus”, con su foto y todo. ¡Y la he estrenado! Ahora los buses son más grandes, y lo de la tele es un puntazo, pero siguen sin gustarme. Me aliso el pelo para nada, porque al subir, empiezo a sudar como un pollo y se me riza el flequillo. En segundo lugar, nunca hay espacio para todos mis trastos (los que llevo en la mano, y los que me voy quitando), y  además, me sigo mareando tanto trajín de pon, quita, y hazle sitio a la embarazada. Así que, llámenme princesa, amigos lectores, pero dónde esté el transporte e independencia de uno mismo, que se quiten los metros, buses y demás espacios de desplazamiento y convivencia.

Aventuras y desventuras de una zanahoria postadolescente

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