Ayer hice mi primera incursión en las rebajas. Me estoy superando a mi misma. Una semana más tarde del pistoletazo de salida. Creo, que ya soy una persona mayor y responsable. Aún así volví al Zara nuevo, al que dije que ” A Dios ponía por testigo, que jamás volvería a pisar”. Volví a necesitar un mapa, y de nuevo mi compasión por el vigilante de seguridad, con más trabajo que en la T4 de Barajas, fue mayúscula.
Conseguí hacerme un hueco entre mis competidoras, en busca de las sandalias con más tacón, y más rebaja. ¡Y lo logré! Siempre he sido buena en las olimpiadas femeninas de marujas y estudiantes en celo. Soy más de restos y de final de mes. Revolver cajones de “todo a 10,00 €” me pone a mil. Aunque hayan sacados ropajes de cuando mi madre hizo la primera comunión.
Llegué con varios trapos a casa, y entre ellos, el vestido que más me gusta del mundo (este mes). Tengo un par de eventos en verano, y creo que puedo sacarle un buen partido. El problema de los uniformes para bodas, bautizos, y comuniones, es, que tienes que pensar muy bien con quien vas a coincidir en tus próximas citas. Te encontrarás con un montón de lobos, disfrazados de “Tia Angelita”, “Primo Eneko” o “Cuñada Patricia”.
Aún recuerdo mi modelito de hace un par de años. Me disfracé un viernes de persona sería para una entrevista de trabajo en Madrid. La cosa fue bastante bien, y con ganas de celebración, llamé a un buen amigo, para tomar unos copazos por la capital. Lo pasamos en grande, tan estupendamente, que decidimos repetir la noche del sábado. El plan inicial no era ese. Yo tenía ya a mi gente, diferente de la del día anterior, con lo que me puse una vez más, la misma ropa. Creyendo que nadie se había fijado, y con la misma seguridad que los cimientos de un rascacielos en Nueva York, baile y reí hasta el amanecer.
Pues bien, llegó un mes más tarde, la visita anual a las bodegas Muga. La empresa, en la que ambos trabajamos durante años, organizaba una visita a La Rioja y ¡zas! Volví a coincidir con mi buen amigo igual vestida. Era la tercera vez que me ponía el “vestido de Deborah Kerr”, pero ahí estaba él, otra vez. Y en esta ocasión no pudo callarse. Si a esto le sumamos las setenta fotos que ha subido el de enfrente a facebook, twiter e instagram, tu vestido está más visto, que el de Rosa en Eurovisión.
Gracias al cielo y a los ángeles, aunque nos vemos bastante, no vivimos en la misma ciudad, y puedo librarme. Pero amados lectores, recordad mi historia. Aunque no salgáis en el “Hola”, hay ojos vigilantes detrás de cualquier esquina, que os recordarán toda la vida vuestro “vestido estrella” de la temporada.