Ayer una amiga, de esas que no tienen nombre ni apellido, salió y ligó. ¡Aleluyaaaa! Era martes, y por el norte nunca hay demasiado ambiente a principios de semana. Bueno, ni a finales, para que engañarnos. O eres de los que les gusta la juerga, más que a un tonto un botón, y te lo montas tú, o poco plan, así en general y para todos los públicos.
Ella iba guapísima, como siempre, y muy, muy animada, después de un concierto con sus amigas y cuatro vinos en el cuerpo. Una cosa llevó a la otra, y terminó intimando con el más guapo del bar. Resulta, que como el tiempo está un poco ” de no acertar” estos días, todos iban con manga larga y tapados, para evitar catarros traicioneros a las puertas del verano.
Una vez en casa, y con el fervor del momento, todas las chaquetas estaban de más. Maripuri y Andrés, iban más rápido qué el viento, hasta qué ¡zás! El susto de ella fue morrocotudo, viendo al maniquí de Zara (Jose dixit), que tenía al lado, más que a un macho-varón. He aquí, lo que para mi está claro, pero muchos plantean como un gran dilema. ¿Pelo para ellos, sí? ¿Pelo, para ellos, no?
¿Qué hay del viejo galán, de pelo en pecho, seductor, atractivo y qué te abre la puerta al pasar? ¿Dónde quedaron Paul Newman cómo Butch Cassidy y Sundance Kid, Robert Redford? Robaban trenes, atracaban bancos, corrían infinidad de aventuras junto a la mujer de sus sueños, la guapísima, Katharine Ross. ¡Y sin depilación láser!
Quedamos, en que “Yeti” sólo hay uno, y “Paquirrín” otro, gracias a los ángeles y a las tormentas. Los avances, para la salud. Y el pelo, en el pecho, de toda la vida. Que quede cristalino. ¡Aceptamos pulpo, mientras los bucles no desborden el cuello de la camisa, eso sí!