En Donostia somos muy de monte. Ayer sin ir más lejos me manché de barro hasta las orejas en Ulia. Al mal tiempo buena cara, y doblete de calcetín. Me lo dijo un buen amigo cenando el sábado, y ha supuesto todo un descubrimiento. Ni medias de compresión, ni patucos, ni leotardos, ¡la clave está en el “doblete”!
Como buena vasquita mendizale, ayer madrugué. Sobre las diez o diez y media, puse el despertador para aprovechar el día al aire libre. Buena hora siendo día del Señor. Desayuné potentísimo para la excursión. Tortilla, café, fruta, y bien de hidratos de carbono. Y en menos que canta un gallo, me hice a las calles, ¡bien cómoda, sin miramientos! Mochila impecable, botas “Merrell” sucias, de la anterior vez que me animé a surcar el Amazonas (eso se lleva mucho, tener botas de “trekking” reservadas, por si algún invierno nieva en la Kontxa). Mallas, sí, pero con el pandero bien tapado, por un jersey de lana ovejero del mismísimo “Loreak Mendian”, y gafas de sol último modelo.
De esta guisa, y con mi caniche de pedigrí y cuatro kilos en el cuerpo, me encontré con una buena amiga y su mascota. Ponte bien, estate quieta y qué bonitos pendientes, bastaron para echar a andar. Sobre las doce, en procesión, subíamos las escaleras de Sagües hacia el monte como si fuese peregrinación obligada. Foto de rigor diez minutos más tarde con los burros del camino, y posado-selfie con la bahía y tres playas de fondo. Cuatro “epas”, y en media hora habíamos cumplido con la vida, y nos lanzábamos en plancha al “Martini”, para regular bien el “pH” y empezar la semana como señoras!