Estoy en modo puzzle. Tengo todas las piezas, pero ni idea de cómo encajarlas.
Enero es mes de cambios y bienvenidas. Gimnasios, régimen, rupturas con malas costumbres y compañías tóxicas, academias, psicólogos, y buenas intenciones. A mi me ha volado el tiempo, y se me acumula el trabajo. Entre un catarro mal curado y la falta de sueño, estamos peor que en 2014.
Siguiendo el “más vale tarde que nunca”, quiero retomar mi vida tal como la dejé hace meses, y romper la barrera del sonido con cien mil ideas que rondan por mi cabecita pelirroja. Lecturas interesantes para tirarme el moco en las sobremesas de solteros contra casados, triathlones, cursillos de costura y grafología, ¡y recetas a practicar en las fiestas de mi pueblo!
Todo muy lejos del sofá, que es dónde tomé las doce uvas y donde sigo sentada viendo la vida pasar. Así qué, dos minutos más tarde, cambio de párrafo, y tomo prestada otra frase del refranero popular. ¡Lo qué mal empieza, mal acaba! Yo sigo con febrero, y si es caso, ya con lo de la Capitalidad Cultural, me pongo las pilas en 2016.