Llenazo ayer en Gazteszena para ver a The Drums. Horas antes del concierto se habían agotado las entradas (señores y señoras de la Diputación: vean cuán oportuno y sensato fue no cargarse esta programación Gaztemaniak que tanto nos culturiza). Más de 600 personas para no perderse una rara oportunidad de ver a un grupo que es el ‘hype’ del año, en su pleno momento de explosión. Y la gente respondió, agradecida, a la ocasión.
La insólita mezcla de referencias del pasado de estos veinteañeros casi imberbes, era una de las claves de que entre el público hubiera chavalería, pero también musiqueros guipuzcoanos de todas las generaciones, incluido el gran Gregorio Gálvez. The Drums hacen una fusión estrambótica entre el oscurantismo de los primeros New Order, la epilepsia de Joy Division, la vitalidad de la surf music y la pasión de los baladistas de los años 50. Y milagrosamente el raro marmitako funciona a la perfección. Es un grupo fresco y energético, con agradecible descaro y personalidad que, poseedores de un EP, un LP y unos pocos singles, ofrecieron casi todo su material en una hora justa de concierto. Algunos sintieron una cierta decepción: quizás las expectativas habían crecido demasiado en estos meses, y quienes iban llamados más por los rumores que por las canciones en sí, pudieron pensar que no hay para tanto. Y es verdad, The Drums no es un grupo fuera de serie, ni lo nunca visto, ni unos pedazo de músicos. Es una banda fresca y estimulante, con un puñado de canciones pop que te enganchan inmediatamente y que se hacen querer por lo bien que han elegido sus influencias. Que no es poco.
En directo son muy divertidos y comunicativos, sin recurrir a los trucos de siempre. Los bailes dislocados, cual bailarinas frikis, del cantante y uno de los guitarristas, ponen el punto de atracción visual, sobre la agradecible sobriedad de un telón teatral como fondo, iluminado a la antigua. Todas las canciones sonaron potentes y vibrantes, como en los discos o más; incluso se pusieron casi punkis en ‘Let’s Go Surfing’. Comenzaron con una de sus mejores piezas, ‘Best Friend’ y dejaron para el final un ‘Down by the Water’ desgarrador. Bien es verdad que buena parte de lo que suena son pregrabados: el bajo sintetizado, los teclados y detalles de silbidos y coros. Y eso le quita un punto de espontaneidad y valor a un directo que sin embargo es plenamente disfrutable y estimulante.
The Drums llegaban tres días después de Franz Ferdinand a una Donostia bañada repentinamente en un dorado sueño pop. Lo de Franz Ferdinand sí que fue impecable, arrollador. Teníamos una cierta prevención, porque su tercer álbum, ‘Tonight’, no acaba de convencernos: unos temas suenan a repetición de clichés propios y otros a búsqueda de caminos inciertos. Pero en directo es otra cosa, entre otras razones porque Franz Ferdinand tienen la virtud de hacer un set plagado de hits: seguramente saben que lo mejor que han hecho está en su gloriosa colección de singles. En Tabakalera, salieron a tope desde el primer minuto, con un vitamínico ‘Do You Want To’ y no bajaron la guardia ni por un momento. La sensación de que están disfrutando de cada nota de unas canciones que han tocado mil veces, se transmite en todo momento. A la tercera canción, en medio de ‘No You Girls’, se le estropeó el bombo al batería. No problem. Inmediatamente Alex Kapranos se puso a cantar ‘Walk Away’ mientras los técnicos solucionaban el problema y en dos minutos se incorporaba el batería a la canción. Esa profesionalidad no se carga un ápice de espotaneidad. Tampoco el hecho de que lleven tiempo haciendo sus conciertos siempre con la misma estructura: desmontan la batería al final de la primera parte, y los cuatro hacen una jam session percusiva de lo más contundente; al final del primer bis hacen algo parecido pero en plan rave electrónica, y terminan con un abrasador ‘This Fire’. Pero todo fue contagioso y disfrutable en el concierto de Franz Ferdinand, sobre todo el tramo con algunas de sus mejores canciones seguidas, ‘Take Me’, ‘Ulysses’ y ‘Michael’, o el bis que incluyó ‘Jacqueline’. Para bailar y gozar y admirar sin descanso.
La diferencia entre el concierto de The Drums y el de Franz Ferdinand es que al primero uno podía ir pagando una entrada (de módico precio), como es habitual y razonable, y para el segundo uno tenía que demostrar que es un buen bebedor de determinada cerveza, y nada le garantizaba conseguir la entrada; o bien, ser vip o amigo íntimo de las gentes de la no citada marca. Fue estupendo tener a Franz Ferdinand en San Sebastián, y verlos tan cerca, en una de las vacías salas de Tabakalera convertida en un lugar acogedor y, lo que es más raro, con muy buen sonido. Preocupa un poco la apropiación del mundo de la música en directo que están haciendo las marcas de bebida. Si la forma que van a tener los artistas de combatir las pérdidas de la piratería y el descalabro de las discográficas, va a consistir en ponerse en manos de marcas que lógicamente se preocupan más de que el público beba que de su afición a la música, mal vamos. Así las cosas, ¿podemos considerar que Franz Ferdinand tocaron en San Sebastián, cuando buena parte de sus mayores fans no pudieron verles, o fue todo un sueño para elegidos?
Ah, hubo una tercera e insospechada manera de lograr entrar en el concierto de Franz Ferdinand, la que uno pudo utilizar cuando había perdido todas las esperanzas de ver a Franz Ferdinand. Teresa Flaño se encontró con Alex Kapranos en la noche previa en Etxekalte y tras un rato de charla, el líder del grupo le dio dos entradas. Teresa, que al día siguiente volvió a encontrarse ¡dos veces! con Kapranos en la Parte Vieja, tuvo la generosidad de darme una de las entradas a mí. Enormemente agradecido a ambos.
Las fotos son otra gentileza del Humilde Fotero del Pánico. The Drums en la de arriba, Franz Ferdinand en la de abajo.