Estaban los adolescentes excitadísimos poco antes de entrar al concierto de Lady Gaga. Los de la tele les preguntaban no se sabe qué, porque sólo salieron las respuestas. Los adolescentes, con necesidad de expresarse, gritaban al micrófono: “Es la reina del pop”, “Es la música del futuro”. No contaban por qué les gusta, qué les emociona de las canciones o el mundo de Lady Gaga, ese cortocircuito entre una Madonna poligonera, una Björk a granel y un Alice Cooper con tutú. Solo soltaban etiquetas, titulares vistos y revistos en revistas y periodicos.
Quizás los de la tele seleccionaron esas frases hechas, porque les venían bien, con la definición standard para los diez segundos de declaraciones. Pero, no sé, daba un poco de pena que, en vez de explicar sus sentimientos, esos chicos y chicas sólo soltaran los slogans de periodistas perezosos. Si al menos hubieran desentrañado algo del verdadero enigma: ¿Cómo hicieron los que se pasaron cuatro o cinco días esperando ante las puertas del Palau San Jordi para satisfacer sus necesidades fisiológicas más perentorias? ¿Les llevó Lady Gaga cruasanes, como los más solidarios U2?