Este año la organización fue mejor que el año pasado, sobre todo en lo que respecta a la circulación de la gente. Si en 2010 todo estaba lleno de vallas que pretendían llevar al público como ganado, esta vez se habían simplificado los caminos, y el acceso y salida del Audiori.
El nuevo escenario Llevant, que compite en tamaño con el gran San Miguel, está demasiado lejos y, sobre todo, tiene un acceso estrecho y polvoriento que convertía el recorrido del público en una manifestación apretada, y encima en dos direcciones. Y el acceso era como un embudo, en parte porque habían plantado en medio una desmesurada zona vip. Eso no puede ser.
Como era de prever, el invento de la tarjeta monedero no funcionó. Los que ni siquiera nos preocupamos de saber cómo funcionaba, salimos ganando, porque al final pudimos (¡y tuvimos!) que pagar las bebidas con monedas. Los que invirtieron unos cuantos euros en esas tarjetas además tuvieron que hacer largas colas para que les devolvieran el dinero. ¿Por qué en los bares no se paga con dinero contante y sonante desde el principio y ya está? Si hace falta vigilancia para la pasta recaudada, que la pongan, siempre será más sencillo.
Otra cosa que no se termina de solucionar es el acceso al Auditori en los conciertos muy esperados. Si otros años la gente tenía que comprar una reserva por dos euros (aparte del precio del abono), en el concierto de Sufjan Stevens, además había que apuntarse a un sorteo. Los que no fueron agraciados en el sorteo se agarraron un buen cabreo el jueves, porque luego quedaban sitios libres y pudo entrar la gente que estaba en la cola sin reserva. Otros pudieron resarcirse entrando al segundo concierto el viernes. Además, las reglas del juego se publicitaron tarde y mal.
¿Por qué por la noche quedan tan oscuras algunas zonas? ¿No puede iluminarse un poco el acceso entre el San Miguel, el Ray-Ban y la zona de bares? La gente casi se choca en la penumbra…
¿Y no se pueden mejorar las posibilidades alimentarias, cosas que sean rápidas pero buenas, además del socorrido perrito caliente y el trozo de pizza? Esto no afecta al público en general, pero en la zona de prensa hay un restaurante argentino con hamburguesas de excelente carne y su ensalada, pero van de pijos, con mantelitos, camareros, notas de pedidos que se pasan de unos a otros, y la hamburguesa te puede costar 40 minutos de espera, y un par de conciertos. ¡Que esto es un festival y hay prisa, hombre! Después de pedir y pagar hay que ponerse en la lista de espera ¡incluso para que te den un trozo de tarta!
Otras cosas siguen funcionando magníficamente. La puntualidad es exquisita, al minuto, y el sonido suele ser muy bueno en todos los escenarios. También la realización de las imágenes de las pantallas en los escenarios grandes.
Además, este año había muchísimo personal de la organización en todas partes para hacerles cualquier consulta. Incluso sin preguntar, te indicaban el acceso que te correspondía en el Auditori al verte la pulsera. Muy distinto de los cancerberos de organización cuasi militar que hubo el año pasado.
Una de las estampas graciosas se repitió este año: en el Auditori no se pueden meter bebidas ni comidas, y hay unas mesas a la entrada en las que la gente tiene que dejar sus bocatas, sus mandarinas, sus botellas de agua. Lo bueno es que a la salida muchos recuperan, buscando entre todos los despojos, el bocadillo envuelto en plata o el par de plátanos de los que habían tenido que desprenderse.
El trato a los músicos debe ser realmente bueno, porque casi todos, incluidas las máximas estrellas, dan las gracias en el escenario y manifiestan con aparente sinceridad que es de los mejores festivales que han estado nunca. Lo que se corroboran en el caso de los que vienen repitiendo varios años, de Pulp y Shellac a Low.
La convivencia natural entre jovenzuelos casi adolescentes y cincuentones atraídos por la lógica de buena parte de la programación, es otro de los atractivos del Primavera, que también destaca en el grueso de los festivales por el buenrrollismo general que hay entre el público. También los hay que no tienen demasiado interés en los artistas en sí, y ven el Primavera como un parque temático con atractivos como el curioso stand de Adidas, en forma de caja de zapatillas a medio abrir.
El Primavera Sound ha crecido mucho, quizás desmesuradamente, y eso no hay quién lo pare, sobre todo con una programación tan increíblemente atractiva y rica como la de este año. La mitad del público es extranjero, aproximadamente, y todo el mundo aprecia la ventaja que tiene este festival urbano, metido en la ciudad, pero suficientemente apartado para no molestar. El emplazamiento es estupendo, aunque corre el riesgo de quedarse pequeño. Pero según crece, se va haciendo lógicamente más incómodo ir de un escenario a otro: la posibilidad de cambiar de concierto en cinco minutos fue una de las ventajas en los primeros años del Primavera, pero cada vez es más difícil. Así que sigue pendiente la necesidad de agilizar la circulación. Aparentemente hay terreno suficiente, aunque no se sabe si estará disponible para este uso. Lo que está claro es que a Barcelona le compensa el Primavera, se ha convertido en uno de los acontecimientos que dan mucha visibilidad a la ciudad, y especialmente de cara al extranjero.
El escenario grande durante la actuación de Pulp / Primavera Sound-Inma Varandela