No contentos con el chandrío que montaron hace un par de años al pasar de cinco a diez nominadas en la categoría de Mejor Película, medida que no se sabe para qué sirve, ahora las autoridades en la matería afinan aún más. Se han dado cuenta de que diez son muchas, pero no siempre, o quizás a veces. Así que ya no serán ni cinco ni diez, sino el número que sea menester cada año. La culpa es de una consultora, como casi siempre, que por un precio probablemente módico, ha llegado a una sesuda conclusión difícil de explicar, pero matemática y estadísticamente comprobable, faltaría más. Y eso es lo adecuado, que unas veces sean seis y otras ocho las candidatas a Mejor Película.

Lo de los Oscar es un bonito juego para el aficionado, y una suculenta y muy inteligente forma de promoción para el cine, principalmente anglosajón. Pero nos están mareando. Por si fuera poco con los obsesos que en cuanto acaba una edición ya están vaticinando futuros nominados para la siguiente con la socorrida frase “huele a Oscar”, la propia organización pretende que nos pasemos el año entero pendientes de cada uno de los pasos de lo que no es sino una bonita noche de fiesta (cada año más aburrida, por cierto, al menos desde la distancia).

Y ahora se plantea el dilema: los años en que no se llegue al tope de las diez nominadas, ¿no se estará dando a entender que la cosecha ha sido un poco lamentable? Porque si los académicos no logran encontrar en todo el año diez películas que merezcan premio… En fin, que dejen de marear y vuelvan a las tradicionales cinco películas candidatas.