Para los que consideramos a los Nirvana de Seattle uno de los grupos más sobrevalorados de la historia, es reconfortante saber que hay otros Nirvana en la posición contraria, casi olvidados, circunscritos a la categoría de grupo de culto. La conexión no va más allá del nombre: estos Nirvana son británicos, de los años 60 y primeros 70, hacían un pop sofisticado, ligeramente barroco, con importantes dosis de psicodelia y buenas armonías vocales. Más cerca de los Zombies de “Odessey and Oracle”, de los Kinks y The Moody Blues, que de los guitarreos de Cobain y compañía.
Comenzaron de forma muy prometedora, con el apoyo del muy sagaz productor Chris Blackwell, que les produjo su primer álbum para el fabuloso sello Island que tantas y tan diversas cosas descubrió desde los años 60 (de Traffic a King Crimson, de Nick Drake y Julian Cope a Bob Marley). Ese disco, “The Story of Simon Simopath” (1967) fue el fugaz momento de gloria del dúo Nirvana, formado por el irlandés Patrick Campbell-Lyons y el griego Alex Spyropoulos, que se hacían acompañar por músicos contratados para las grabaciones y directos. Luego grabaron “All of Us” (1968) y para el tercer disco ya no tenían la bendición de Blackwell y su estrella se esfumó. Luego lo típico, el disco de 1967 se convirtió en objeto de culto y se reunieron en 1985.
Pero lo interesante está en “The Story of Simon Simopath”, que fue reeditado en CD hace unos años con los consabidos bonus tracks. Hay unas cuantas canciones espléndidas en ese disco, desde la psicodelia inicial con ese eco en la voz tan sesentero de “Wings of Love”, a la esencia british y la belleza melódica de los mejores temas, “Lonely Boy”, “In the Courtyard of the Stars”, o ese “Pentecost Hotel” que se publicó en single y les hizo aparecer en unas cuantas televisiones. Rescatamos aquí una de ellas esa canción en la actuación del imprescindible programa Beat Club y el audio de una de las mejores canciones del disco, “Lonely Boy”.