Era la tercera noche de San Telmo, también con todas las entradas vendidas. Los que nos asomamos la noche anterior a la iglesia, donde estuvieron Jan Bang y los suyos creando sonidos meditativos, ya habíamos comprobado que el lugar es un marco impresionante para ciertas músicas, con las pinturas de Sert, las bóvedas y columnas.

Así que la idea de llevar ahí al saxofonista Jan Garbarek con uno de sus proyectos más originales y etéreos, se antojaba perfecta. El disco ‘Officium’ se publicó hace 18 años y fue una de esos inesperados éxitos de ventas, que nacen de una propuesta en principio minoritaria: mezclar las piezas corales de música antigua que interpreta Hilliard Ensemble con la improvisación en términos de jazz de Garbarek.

Pero el experimento se disfruta especialmente en directo, y en un lugar como la iglesia de San Telmo. Y con la pequeña escenografía que se montaron los cinco músicos. De un lateral salió entre el público Garbarek y ya en el escenario comenzó a emitir fraseos con un saxo que, si en principio parece poco adecuado para la reverberación de la iglesia, en los labios de Garbarek se convierte en un emisor de mensajes bellos y melodiosos hacia el infinito. Luego empezaron a escucharse voces casi celestiales: eran los cuatro componentes de Hilliard Ensemble distribuidos por los pasillos, que llenaban todo el espacio con reverberaciones de sus voces, creando un efecto realmente mágico.

Como una sola obra se sucedieron las distintas piezas de ‘Officium’. El canto gregoriano y la polifonía de Hilliard Ensemble predominaban, mientras Garbarek se iba acoplando con sus fraseos delicados y emocionantes, buscando el arropo de esas voces, pero también dialogando con ellas. Si el público estaba absorto (a pesar de los excesivos ruidos con las sillas en las últimas filas) por la calidad de las voces, fue un placer extra el momento en que los cuatro cantantes y Garbarek fueron moviéndose, cada uno por su lado, por toda la iglesia, acercando sus voces al público y volviendo a crear ese efecto caleidoscópico. La mayoría del público explotó en ovación final en una situación curiosa: las voces y el saxo siguieron sonando hasta que se introdujeron en el camerino, así que el aplauso sonó ante un escenario vacío, aunque enseguida regresaron los músicos para agradecer la entrega.