Han pasado ya los cuatro pimeros días de la competición oficial, y hacemos un breve recuento. En esa primera parte ha habido tres películas en el terreno de lo sobresaliente, así que uno se da por más que satisfecho. Una o dos películas grandes ya suele ser mucho encontrar en la sección oficial de cualquier Festival, y si ya tenemos tres, quiere decir que la clase del 2011 es de lo más aplicada.
Terence Davis, Hirokazu Kore-eda y Enrique Urbizu están en la fila de los talentos con personalidad arrolladora, capaces de reinventarse en su propio estilo, y con las maneras de los grandes contadores de historias que saben poner su firma en el arte de la puesta en escena, más allá de los diálogos o los argumentos brillantes. He aquí el boletín de las notas de lo que hemos visto:
(9) The Deep Blue Sea, de Terence Davies. Parece que cualquier historia de amor ambientada en el pasado y con vocación de ‘exquisitez británica’ tiene que tener el estilo de James Ivory o de las producciones de la BBC. Terence Davies, afortunadamente, ha demostrado ser radicalmente distinto, con una capacidad casi milagrosa para dotar de su propio estilo a películas tan diferentes como ‘Of Time and the City’ y ‘The Deep Blue Sea’. Para contar el dilema de una mujer entre un amor seguro y rutinario, y otro excitante e incierto, utiliza sus genuinos encuadres, sus cadenciosos movimientos de cámara, su modo único de aplicar la música de forma radicamelte distinta a lo que suele ser una banda sonora, su equilibrio perfecto entre la apariencia teatral y la esencia cinematográfica. Díálogos maravillosamente tratados de la obra original, y una Rachel Weisz que es un prodigio de contención, en una película hecha de luz y penumbra, de amor y fracaso, que ya apetece volver a ver.
(9) Kiseki, de Hirokazu Kore-eda. De nuevo centrado en los niños, aunque con un tono muy diferente al de ‘Nadie sabe’, una delicia que bajo su apariencia de sencilla historia esperanzadora esconde mil matices sobre el aprendizaje de la vida, las relaciones familiares, el fracaso, la soledad, la pérdida, el azar y la búsqueda de la felicidad, todo ello sin abandonar el mundo infantil. Con un trabajo sencillamente prodigioso con los niños (¿quién consigue en el cine de hoy que niños tan naturales, tan ellos mismos, y que a la vez transmitan la convicción del trabajo de los mejores actores), y una puesta en escena delicadísima e imaginativa, ‘Kiseki’ contiene detrás de la historia de los dos niños otras situaciones familiares y vitales conmovedoras. No llega a la maestría absoluta de ‘Still Walking’, pero casi.
(8’5) No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu. No vamos a hablar de cine de género, porque para empezar el personal que tanto aplica últimamente la etiqueta no parece saber siquiera a qué se refiere. ‘No habrá paz…’ es en cualquier caso un guión sólido y potente como es difícil ver en el cine español, trabajado en total armonía con el estilo visual y el diseño del personaje principal. El trío Gaztambide-Urbizu-Coronado es una entente potente capaz de adoptar a otro entorno y otras circunstancias todo el legado del thriller, el cine negro, y el cine político, y no solo en su concepción estadounidense. Hay más de Jean Pierre-Melville que de Clint Eastwood, más del cine político italiano y el western en general que de la acción norteamericana en esta doble investigación de un mismo cuerpo de policía por vías radicalmente distintas. Un pequeño exceso de vericuetos en la parte central de la invesgitación sería el único aspecto cuestionable en tan sólida y amplia visión de un cine negro-policíaco que se sale por completo de los márgenes del género, tan vibrante como sutil, que refleja todo el estupor y la inquietud que produce la sociedad de hoy.
(8) The Skylab, de Julie Delpy. Deliciosa y muy aguda disección de la familia en todas sus dimensiones, y la adolescencia en todos sus sinsabores, con una mirada que transmite cariño, compasión, amor, pero también inquietud y horror, a través de un montón de personajes sorprendentemente bien definidos y distinguidos en unas pinceladas. Mentar ‘Cuéntame’ o ‘Verano azul’ para hablar de esta película sólo puede ser tomado en términos de ‘boutade’, o nos hace temer que ya no se pueda contar nada sobre los veranos de los 70 sin que aparezcan tan pobre referentes. En todo caso el ambiente de reunión campestre recordaría más a ‘Milou en Mayo’, de Louis Malle. La cuestión es que la Delpy se está convirtiendo en una muy sólida directora, que ha tenido el detalle de incluir a dos iconos de juventud del cine francés, ahora grandes damas, en los papeles deliciosos de las dos abuelas, Bernadette Lafont y Emmanuelle Riva, y abre y cierra la película con una escena en un tren no solo necesarias, sino definitivas para expresar la transmisión del sentimiento familiar.
(5) Take This Waltz, de Sarah Polley. La actriz y últimamente directora tenía una bonita historia entre manos, con algunos momentos de guión que podrían resultar conmovedores, pero arruina parte de su material con una puesta en escena que no solo roza la cursilería, sino que se zambulle en los más cansinos tics esteticistas de la publicidad y el cine ‘indie’ con pretensiones. Casi abducida por lo más epidérmico del estilo de Isabel Coixet, mi otro problema con la película es que no acabo de creerme el dilema porque me parece desde el principio mucho más atractiva la opción de quedarse con ese marido bueno, un poco zoquete pero cariñoso, que hace pollo todo el día con destino a su libro de cocina (si no fuera por sus pollos, ¿de qué viviría ella, que está todo el día del gimnasio a la piscina y el paseo diletante?), que el vecino supuestamente ingenioso que se dedica a idear tontaditas para escenas visualmente molonas. En fin, una historia tremenda (el dilema entre dos amores que no son totalmente buenos ni malos, como en la película de Terence Davies), muy bien interpretada (estupendo ese Seth Rogen contenido y dramático) pero malograda por un estilo indefinido entre el rollito indie de manual y el esteticismo más cursilón y reiterativo.
(5) Los pasos dobles, de Isaki Lacuesta. El comienzo, la historia del búnker y las pinturas, es de lo más prometedor. Hay momento sueltos, escenas dispersas que podrían ser el germen de algo magnífico. Isaki construye imágenes de lo más sugerentes, y busca una nueva vía para la idea que tanto le gusta de la dualidad. Pero enseguida ‘Los pasos dobles’ inicia una deriva que no se sabe muy bien qué pretende o hacia donde se dirige. Dejarse llevar es una opción, pero se corre el riesgo de no encontrar nunca el rumbo ni el destino. Y es lo que le pasa a ‘Los pasos dobles’, deslavazado cuaderno de apuntes a falta de una estructura y una voluntad.
(5) Amen, de Kim Ki-duk. Comprobar que Kim Ki-duk, después de la ida de olla total que mostraba en el muy impactante documental sobre su crisis existencial, ‘Arirang’, ha sido capaz de salir al mundo de nuevo y filmar, ya es una buena noticia aunque, como en el caso de Isaki Lacuesta (y con formas completamente distintas), ‘Amen’ es más un boceto desconcertante que lo que solemos entender por una película. Invitando al espectador a renunciar al concepto de obra cerrada, Kim ki-duk demuestra pericia para construir con lo que parece una cámara doméstica de vídeo (¡ese sonido del viento machacando el micrófono!) un relato con momentos muy inquietantes (el encuentro de los dos personajes en bancos enfrentados), filmar a la actriz de modo tremendamente sugerente, e idear una especie de alegoría extraña, enloquecida y de incierto destino sobre lo que prodría ser una versión perversa de la anunciación del ángel a la Virgen María, aunque vaya usted a saber. También se queda colgado en imágenes reiterativas, tiempos muertos a la espera de inspiración. Si después de ‘Arirang’ nos intrigaba por dónde iba a salir Kim Ki-duk de ese laberinto, ahora después de ‘Amén’, nos intriga aún más.