Parece ya todo viejísimo, pero por completar pongo las notas del segundo cuatrimestre de la Sección Oficial del Festival de San Sebastián. No pude ver la sueca ‘Happy End’, ni la española ‘La voz dormida’, ni la griega ‘Adikos Kosmos’, por eso no están incluidas.
(7) 11 Flowers, de Wang Xiaoshuai. En su día no me pareció tan extraordinaria como se dijo ‘La bicicleta de Pekín’. En cambio ’11 Flowers’ me parece un sólido y muy efectivo logro en eso que a menudo sale mal, el intento de mezclar historia general e historia íntima, contar la situación social de un país desde la experiencia de un personaje, o un puñado de ellos. Creo que Wang Xiaoshuai equilibra muy bien ambas cosas, tienen interés ambos aspectos, la película está muy bien narrada y bonitamente filmada, sin insistencia alguna en lo emocional (sin embargo la relación del niño con el padre y, de una manera distinta, con el asesino, son emocionantes) y sin la sensiblería en que a menudo cae el género ‘recuerdos de mi infancia’.
(7) Sangue do meu sangue, de Joao Canijo. Un melodrama familiar de alta intensidad, que va más allá del habitual retrato de barrio marginal que en un principio pueda parecer, y que sobre todo tiene el plus de una puesta en escena original, muy trabajada y cautivadora. Mientras Jaime Rosales se jactaba de haber inventado la polivisión en ‘La soledad’, que venía a ser un uso abundante de la pantalla partida de los 60 y 70, Joao Canijo elabora con precisión las situaciones simultáneas en un mismo encuadre, y con un sentido: la pequeñez de las habitaciones en las que viven los personajes y el ruido continuo del barrio lo justifica, da sentido a la estructura y los diálogos no se pisan ni se molestan. El desarrollo argumental en la última parte puede ser algo excesivo, pero la potencia de los personajes y la puesta en escena sostienen el dramón.
(6) Rampart, de Oren Moverman. La primera película de Oren Moverman, ‘El mensajero’, era muy diferente, también con Woody Harrelson, pero quizás le pasaba un poco como a ‘Rampart’: todo estaba muy bien presentado y contado, pero daba la sensación de que se quedaba un poco corta. En ‘Rampart’ Woody Harrelson está brutal como requiere el personaje y en la primera mitad se plantea un policía delirantemente corrupto y un entorno que está a punto de estallar en mil direcciones. La pena es que en la segunda parte la película no multiplica sus ambiciones, se queda ahí. Todo muy correcto, es una buena película, pero no explota todas sus posibilidades, entre ellas unos actores secundarios notabilísimos. Y además estaba el precedente de ‘No habrá paz para los malvados’: por esta vez el cine negro-policíaco-social era mucho mejor que el americano.
(3) Los Marziano, de Ana Katz. Con un comienzo de surrealismo aplicado a la cotidianidad, ‘Los Marziano’ hace una apuesta fuerte, un salto en el vacío que no tiene correspondencia después. Se queda a medio camino de todo. Ni es comedia disparatada y extravagante, como ese comienzo parece plantear, ni ahonda en las relaciones de familia, ni convencen esos dos personajes desorientados destinados a encontrarse. El tono de sainete que aparece de vez en cuando se da de bruces con la melancolía existencial de otros momentos. Como única representante del cine latinoamericano en la Sección Oficial, no daba la talla.
(6) Americano, de Mathieu Demy. Me gustó el múltiple juego de espejos y guiños con el cine de sus padres, y el cine en general, retomando el personaje que hizo de niño el ahora director en una película de su madre, y cómo lo aplica a un ‘viaje interior’ en un momento de encrucijada del personaje. Me pareció muy hábil la representación de la memoria a través de las imágenes reales de aquella película de 1981, y el tono entre lo real y lo subjetivo que mantiene toda la parte de Tijuana, incluyendo esa improbable pero muy eficaz interpretación de la grandiosa ‘Going to a Town’. Con un estilo distinto al de su padre, pero con parecidas dotes para la melancolía, la parte débil de ‘Americano’ está en un par de decisiones argumentales innecesarias en la parte final, y en el hecho palpable de que él no es el mejor actor del mundo, aunque la idea de la película no tendría sentido si no fuera él mismo el protagonista.
(5) Las razones del corazón, de Arturo Ripstein. Era el regreso de Ripstein a los abismos melodramáticos de su mejor época. Aprecio su apuesta por lo desaforado, me gusta la forma de mover la cámara en un espacio casi único, y que el amante y el marido sean parte de un mismo edificio. Es indudable la calidad de los actores, y especialmente Arcelia Ramírez. Pero por otro lado me sabe a más de lo mismo y algunos diálogos me resultan chirriantes por su grandilocuencia. Para bien y para mal, Ripstein en toda su esencia.