No me veo capaz de adorar o admirar a un experto en infórmatica como a un director de cine, un actor, un músico o un escritor. Entre otras cosas porque no tengo ninguna pasión por la informática y solo parcialmente por la tecnología. Pero desde que quienes tengo cerca en todos los sentidos me enseñaron el primer iMac, y con el tiempo me compré uno, comprendí que había ahí materia para la admiración y el gozo: todo lo que era feo, incómodo, atorrante en los demás ordenadores, lo convertía la manzanita en algo atractivo, bonito, compacto, disfrutable y capaz de hacer maravillas. No entendía por qué todo el mundo se empeñaba en tener PCs cuando, desde el desconocimiento informático, todo me parecía infinitamente más cautivador, práctico y elegante en el mundo Apple. Para intentar entenderlo tenía que acudir al recuerdo del Beta, que era más pequeño, práctico y daba más calidad que el VHS, pero se convirtió en minoritario, y claudicó por puras leyes de mercado, no por su idoneidad.
Lo de Apple es más extraño: siempre ha sido el David frente al Goliat del mundo PC, pero con un revés más ilógico: todos copian a Apple, empezando por el poderoso Microsoft, y siguiendo por las planchas y batidoras que adoptaron la estética de iMach-huevo-de-colores, los teléfonos móviles (casi todos iguales al iPhone menos Blackberry) y el mp3 (todos iguales al iPod con variantes). Aún así, Apple no ha conseguido imponerse como marca a las demás, según creo. Eso sí, cada vez que leo que Steve Jobs ha revolucionado el mundo de la informática, entiendo que se reconoce que todos le han copiado. Pero insisto en que no practico la adoración a Steve Jobs, y menos a una empresa, tan solo el reconocimiento a las virtudes que posee Apple y los placeres que nos da en la vida diaria.
En realidad, solo quería dar cuenta de un detalle, apreciable en las fotos que adjunto y se han publicado en estos días: en la de 1984, Steve Jobs apenas es reconocible de cara, si tenemos en mente su delgada y enfermiza imagen de los últimos años. Sin embargo la actitud es la misma: la forma en que sujeta ese ordenador que ahora nos parece tan primitivo, es exactamente la misma con que presentó veintipico años más tarde el iPad, como si ya viera entre sus manos lo que iba a revelar en el futuro.