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Ricardo Aldarondo

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'El arpa birmana': obra maestra más allá del pacifismo

Hace unos 27 años que vi por primera vez El arpa birmana y bien que quería volver a verla, por comprobar si el lirismo y la belleza de sus imágenes, y la elegancia de su mensaje, seguían siendo válidos. Pero no había ocasión de verla de nuevo. Entonces la vi en la televisión, cuando era normal, por muy raro que parezca ahora, ver una película japonesa de 1956 en blanco y negro y en prime time. Luego El arpa birmana no volvió a aparecer en la tele, ni en vídeo ni en DVD, hasta que hace poco la recuperó el exquisito sello Criterion en Estados Unidos.

Por todo eso fue un notición ver que la editora A Contracorriente, que se está abriendo paso en la distribución de cine y DVD, la editaba en España en versión restaurada, con interesantes extras y un libreto con un amplio y muy informativo texto de Carlos Aguilar. Y, sobre todo, ha sido una alegría comprobar que El arpa birmana sigue siendo una película conmovedora, de extraordinaria belleza visual, y que su tan comentado mensaje pacifista no tiene nada de iluso o cumbayá.

En realidad, más que un mensaje pacifista, El arpa birmana ofrece un lamento contenido pero permanente por los muertos de la guerra. El soldado japonés que decide convertirse en monje y orar al no poder soportar el horror de los cuerpos sin enterrar de sus compatriotras, y se comunica con los sonidos de su arpa, no tiene nada de predicador de la bondad del ser humano. Contado así, el argumento puede dar grima, pero la forma en que lo pone en imágenes Kon Ichikawa poco tiene que ver con las fantasiosas proclamas de paz fraternal.

El ejército que canta

La compañía del capitán Inouye ya es peculiar: forma un coro de extraodinarias voces que interpreta canciones solemnes y conmovedoras, con las que se comunicarán posteriormente con Mishuzima, el soldado que toca el arpa y será enviado a comunicar a otra compañía perdida que la guerra ha terminado. La música se convierte así en un elemento esencial de la narración, parte de algunos momento de extraordinaria belleza, entre ellos una escena en la que se escucha al coro cantando muy suavemente mientras la cámara filma las nubes, que ahora me ha recordado al sobrecogedor final de El largo día acaba (The Long Day Closes, 1992) de Terence Davies.

La composición de las imágenes de Kon Ichikawa es extraordinaria, con un lirismo fuera de lo común, y crea un ambiente y una narrativa completamente opuesta a lo habitual en el cine de guerra. Y no solo porque no hay tiros, ni bombas ni estrategias militares. Es un filme melancólico, sin violencia ni dramatismo épico, pero igualmente desagarrador.

Ichikawa, uno de los muchos nombres del cine japonés clásico que merecen más difusión para ir más allá del habitual trío Kurosawa-Mizoguchi-Ozu, tiene una carrera irregular, con algún otro film en la línea pacifista de El arpa birmana, como Fuego en la llanura (1956), pero a lo largo de cinco décadas hizo incursiones en todo tipo de géneros, hasta que murió en 2007, En 1985 se empeñó en un remake de El arpa birmana, con el mismo título y en color, pero no logró eclipsar la fuerza de la primera versión. Algunas de sus películas, como Fenix (1978), también conocida como Hordas salvajes, y La princesa de la luna (1987), fueron editadas hace unos años en España, pero ya están descatalogadas, y ahora no hay nada más oficialmente disponible que El arpa birmana.

La edición de El arpa birmana incluye una entrevista de 20 minutos con Kon Ichikawa, y otra con Rentaro Mikuni, el actor que interpreta al capitán.

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Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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