Empezó relativamente mayor en el cine, cuando tenía 34 años, pero cuando empezó, no paró. Ahora Ernest Borgnine (Connecticut, 1917-Los Angeles, 2012) ha muerto a los 95 años, con más de 200 trabajos entre cine y televisión y, sobre todo, dejando una de esas huellas más íntimas, más cercanas, que las de las grandes estrellas que revolucionaron el cine. Ernest Borgnine es de los otros, de los que aprendimos a apreciar en continuas apariciones en multitud de películas de toda condición, de los que te apetece darle un abrazo, viejo amigo.

El bueno

En pantalla era una mezcla curiosa de bonachón, tipo duro o más bien fuertote dispuesto a todo, colega para lo bueno y para lo malo, envalentonado para lo que haga falta. Comenzó como una estrella, pero sin glamour, ganando el Oscar en 1955 por su papel en Marty (1955) con la historia de un hombre normal, sin brillo, un anónimo trabajador de Nueva York, casi un poco corto y todo, presionado por su familia para que se case. En su interior sabe que no tiene ningún atractivo, y por tanto su experiencia a la hora de buscar una chica nunca ha sido buena. Un papel conmovedor que le lanzó a la fama a los cuatro años de su debut, aunque ya había participado en películas tan importantes como la magistral Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954) o Veracruz (Robert Aldrich, 1954).

El fuerte

Ernest Borgnine tenía especial habilidad para destacar con su rotunda presencia, esa sonrisa un poco desmadejada y esos dientes separados, en películas protagonizadas por un grupos de actores. Su talento no necesitaba exhibicionismo, con una parte del pastel le bastaba para establecer una relación directa con el espectador. Esa pelea en Johnny Guitar, esa risotada de bruto salvaje pero carismático como Ragnar invocando a Odín de la inmensa Los vikingos (Richard Fleischer, 1958) (en la que hacía de padre de Kirk Douglas, cuando éste era un mes mayor que él; y ahora le ha sobrevivido) que dura poco en el metraje, ese profundo sentido de la amistad en Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969), tres de sus momentos más destacables. También formó parte de colectivos en apuros en El vuelo del Fénix (Robert Aldrich, 1965), Estación Polar Cebra (John Sturges, 1968) o La aventura del Poseidón (Ronald Neame, 1972)o . En Doce del patíbulo (Robert Aldrich, 1967)le toco el papel de general, aunque él era más de morder el polvo y pelear cara a cara, como se peleaba por defender su tren de los vagabundos en El emperador del norte (1973), otra de las películas en las que fue dirigido por el gran y duro Robert Aldrich.

El majo

Ernest Borgnine estuvo en el Festival de San Sebastián en dos ocasiones. No vino en 1958 para presentar Los vikingos, cosa que sí hizo Kirk Douglas, para marcar uno de los momentos más recordados del certamen donostiarra. Pero sí estuvo en 1968 con el actor Peter Finch para mostrar La leyenda Lylah Clare (Robert Aldrich, 1968). Y estuvieron de lo más participativos, a juzgar por estas fotos extraídas del libro 50 años de rodaje del Festival de San Sebastián. Borgnine echando un pulso con Peter Finch en una comida, paseando en una motora por la bahía de San Sebastián, e incluso acudiendo a una institución benéfica para visitar a los niños allí acogidos! Luego volvió, ya anciano pero pletórico, en 1999, para presentar Abilene (Joe Camp, III) junto a Kim Hunter en la que realizaba un entrañable papel. Ambos se abrazan en el Kursaal, en esa foto en color.

El epílogo

Siguió trabajando hasta el últlimo día, tiene pendiente de estreno The Man Who Shook the Hand of Vicente Fernandez (Elia Petridis, 2012). Pero en sus últimos años habría que recordar uno de sus papeles más conmovedores, que de alguna forma le devolvía al perfil de hombre sencillo de Marty. Ese regalo se lo hizo Sean Penn como director en USA,  uno de los cortometrajes que formaban el largo 11’09”01 – 11 de septiembre.