(Ampliación y reconstrucción del artículo publicado hoy en El Diario Vasco)
El legendario cardado de Robert Smith revela ciertas dificultades para mantener la rigidez, pero esa es la única debilidad que mostró The Cure en su espléndido concierto como cabezas de cartel en la primera jornada del BBKLive. Quien pensara que el grupo con cerca de 35 años de vida se dedica a tratar de reverdecer lo mustio está equivocado: Robert Smith y los suyos mostraron un sonido rotundo e impecable, un repertorio cargado de grandes canciones que no se dedica exclusivamente a los éxitos, una capacidad de sorprender y mantener diferentes tramos estilísticos a lo largo de tres horas sin desfallecer y, por una pirueta del destino, humildad para afrontar un problema técnico dando la cara e improvisando ante un público masivo.
Con 50 minutos de retraso, pero con la audiencia ganada (y muy apretada), salió The Cure a escena con un sonido potente y limpio (al menos en la zona delantera), síntoma de lo que sería todo el concierto: una banda con un sonido único que permanece fresco, tan lírico como enérgico, y un repertorio inmenso, y no solo por las 37 canciones ofrecidas, sino por la capacidad de alternar grandes éxitos con guiños solo para fans, canciones inesperadas (ese Bananafishbones que tan bien han recuperado en esta gira) con himnos imprescindibles..
Abrieron con Open y High, y saltaron continuamente por todas sus épocas, dando tanto valor a sus últimos y dignos discos, como a los que labraron su leyenda entre finales de los 70 y mediados de los 90. Un Simon Gallup de asombrosa actitud juvenil, con un sonido de bajo tan rotundo como hace tres décadas, sostiene un armazón infalible.
Podrían haber hecho las tres horas con éxitos, y tener agarrado por el cuello a toda la audiencia, incluyendo los que sólo han oido su greatest hits. Entre el público había cincuentones como ellos, pero también mucha chavalería de poco más de 20, y unos y otros parecían igualmente implicados en el legado de The Cure. Pero, demostrando que no se limita a vivir de rentas, aunque evidentemente la vida del grupo sea ahora mucho más lenta e intermitente que en décadas pasadas, The Cure se permite tocar temas menos conocidos, acudir reiteradamente al que se considera el disco más flojo de su primera época, The Top (aunque Bananafishbones, Dressing Up y Shake Dog Shake en vigorosas versiones se encargaron de demostrar lo buenas que siguen siendo), e insistir en dar valor a sus últimos y menos conocidos aunque muy dignos discos (The Hungry Ghost, Wrong Number).
The Cure se permitió también bajar el ritmo para el final del concierto, lo contrario de lo que suele ser norma, sobre todo en conciertos de estadio o festival, y evitar el pop tarareable en favor del existencialismo, los dolores del amor y las densas atmóferas de teclados, guitarras y ecos. Y así despidieron la primera parte con One Hundred Years y End para regresar al escenario con la preciosa, y muy lenta, The Same Deep Water As You. Los menos fieles abandonaban el maratón, sin reparar en que quedaban dos bises más con una decena de hits, una traca para dejar satisfecho al más necesitado: The Lovecats, The Blood, Just One Kiss, Let’s Go to Bed, Friday i’m in love, Doing the Unstuck, Close to Me, Why Can’t I Be You? y Boys Don’t Cry. Una verdadera lección de cómo traspasar los efectos del tiempo sin convertirse en un dinosaurio.