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Ricardo Aldarondo

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Jazzaldia (3): Electrizante Marc Ribot, sofisticada Melody Gardot y la revelación de Mari Kvien Brunvoll

La tarde del viernes empezó con la seguridad de la veteranía: Jimmy Cobb, el único superviviente de las sesiones del disco clave del jazz, Kind of Blue de Miles Davis, se presentaba en formato trío, con otro figura de generación distinta, el guitarrista Larry Coryell, y el organista y trompetista (en algunos temas tocaban los dos instrumentos a la vez) Joey DeFrancesco. Entre términos más o menos clásicos y basándose en los diálogos a tres bandas, dieron un buen concierto que sirvió, sobre todo, para revelar la excelente forma que mantiene Cobb a sus 83 años. Pero en El Diario Vasco está la crítica completa del concierto.

Sobre todo tenía ganas de ver a Marc Ribot y Los Cubanos Postizos, una de sus bandas personales, entre los mil proyectos en que está metido uno de los músicos más versátiles e hiperactivos de la música de hoy, en general. Porque Ribot es capaz de tocar todos los palos, con un estilo inigualable. Aquí es bien franco: el nombre del grupo ya indica el carácter de guiris haciendo música cubana, pero ni son guiris del todo (entre esos neoyorkinos los hay que tienen raíces directas en la isla, como el percusionista E. J. Rodríguez) ni lo que hacen es exactamente jazz latino. Sobre todo reluce la guitarra de Marc Ribot, que cada vez que hace uno solo, con esa mezcla de rabia y precisión total, y ese sonido punzante y cálido al mismo tiempo, asombra con su técnica y sentimiento. El hombre que ha hecho maravillas con Tom Waits, Elvis Costello y John Zorn, entre mil más (tocó en un disco de Mikel Erentxun, véase su versatilidad como músico de estudio), se traía en la banda a otro ilustre, el bajista Brad Jones, también destacado productor de Ron Sexsmith y Josh Rouse, entre muchos otros. También estaba a la batería Horacio ‘El Negro’ Fernández y el gran Anthony Coleman (que hace unos años dio un espléndido concierto en solitario en el hotel María Cristina) y anonche estuvo soberbio especialmente al órgano.

Los Cubanos Postizos trazan casi todo su repertorio a base de rescatar el legado del compositor cubano Arsenio Rodríguez pero lo presentan a su modo. La propuesta es básicamente instrumental, pero casi todos los temas llevan una especie de consignas que repiten a coro, y Ribot en algún momento, medio canta medio recita. Tocaron temas de sus dos discos (que ya tienen más de una década), como Los Teenagers bailan changui, Aquí como allá o Postizo. Marc Ribot estuvo brillante y arrebatador todo el tiempo. Es un guitarrista apasionante como pocos. ¡Que vuelva el año que viene con John Zorn!

La segunda parte en la Plaza de la Trinidad se hizo esperar. Primero montaron el escenario con una curiosa decoración a base de grandes sacos y unas telas colgantes. Luego ya todo parecía preparado, pero Melody Gardot no salía. La plaza estaba muy llena, y ella era la estrella. Empezaron los pitidos y, cuando por fin salió, la señora Gardot recibió un abucheo que cargó la plaza de una cierta tensión. Pero ella se situó sola en el escenario, casi a oscuras, y con el único acompañamiento de un cascabel, acometió a capella No More My Lord. En unos minutos, el abucheo se había tornado ovación. Melody Gardot continuó, ya con grupo, con el tango/blues de Goodbye e Impossible Love, con su recitado en francés, ahondando en ese tono dramático y misterioso que dio al inicio del concierto. Luego tornó a la bossa nova con Mira y sus cartas estaban sobre la mesa.

Solo pude ver la primera media hora, porque había que ir a la fiesta del Victoria Eugenia. Pero me pareció que Melody Gardot ofrecía un espectáculo impecable, de cuidadas luces y escenografía, pero frío y calculado. Ella es tremendamente sofisticada (en eso me recordó un poco a Erykah Badu), todo parece perfectamente preparado, pero sus devaneos de un estilo a otro, esa mezcla de idiomas, geografías e influencias resulta demasiado impostada. O eso me pareció en esa primera hora.

El fiestón del Victoria Eugenia con ocho conciertos para celebrar el centenario de su apertura, que acabó a las tres de la madrugada, lo contaremos con más detenimiento mañana, y aunque la diversidad de estilos fue afortunadamente enorme, y todos de buen nivel, quiero destacar el gran descubrimiento que fue conocer a Mari Kvien Brunvell. Le tocó la sala más pequeña, un lugar del Victoria Eugenia donde nunca se había celebrado un concierto, porque habitualmente es la sala de prensa. Caben unas 30 personas sentadas en esas especie de pupitres para periodistas, más tres o cuatro por el suelo. Y con esa intimidad y cercanía nos encontramos con esta cantante noruega, sentada con las piernas cruzadas sobre lo que tenía el aspecto de un colchón aunque no lo fuera, como si nos recibiera en su dormitorio rodeada de samplers, un mezclador y algunos efectos, más unos cascabeles, un autoharp y una cajita de origen turco.

Mari Kvien Brunvell tiene una voz preciosa, delicadísima y canta con un buen gusto y una naturalidad que te desarman. Además, construye sus cancione a base de superponer sus voces, en ocasiones creando efectos percusivos, un poco como hace también la guipuzcoana Mursego, pero con un estilo bastante diferente. Por un momento piensas que va a enredarse en ruidillos electrónicos, pero qué va: enseguida arma canciones preciosas, sencillas pero muy emocionantes, que tiene dejes de jazz o blues o étnica o electropop, pero todo levemente. Fue un privilegio poder descubrir así a esta chica noruega que debe venir más veces, y cuanto antes, a un escenario un poco más amplio. Miguel Martín había advertido que era una de las sorpresas de esta edición y tenía razón.

He aquí un vídeo en exclusiva de una de las más bonitas canciones que interpretó/construyó Mari Kvien Brunvell.

Fotos de Marc Ribot y Melody Gardot: Jazzaldia

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Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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