Podemos sentir nostalgia del Francis Ford Coppola hiperactivo e hiperlúcido. Podemos seguir esperando que vuelva a hacer un nuevo Padrino o un nuevo Appocalypse Now. Mientras tanto, él está en otra cosa. Seguramente no mejor, pero al menos sí inconformista. Y como tal, como un imperfecto pero sugerente proceso de búsqueda que no se sabe muy bien dónde le lleva, hay que tomarse El hombre sin edad (2007), que ahora ha publicado A Contracorriente Films en una estupenda edición de dos DVDs, y en Blu-Ray.
Es una ocasión para catar esa etapa última en que se ha metido un Coppola ya al margen totalmente del proceso industrial de creación de una película. Lo explica en los documentales y entrevistas que acompañan a la película en esta edición: tiene una furgoneta especialmente diseñada para que quepa lo imprescindible en un equipo de rodaje. Y mientras tenga la furgoneta en el lugar adecuado, tiene película. Sin embargo el look de El hombre sin edad es cualquier cosa menos amateur: al contrario, además de utilizar un sistema que le permite lograr mucho movimiento dentro del plano sin mover la cámara, la imagen está trabajadísima, en la composición, el encuadre, los colores, la superposiciones, los efectos y hasta los maquillajes.
Todo ello es necesario para contar la historia de un profesor que, alcanzado por un rayo, rejuvenece y adquiere ciertos poderes en el campo de la sabiduría. Pero no es El hombre sin edad una película de ciencia-ficción o fantástica, no al menos en los términos habituales. Tampoco es una nueva variante de la historia de Benjamin Button, aunque algunas conexiones tiene. En realidad El hombre sin edad es plenamente inclasificable. Mezcla temas de largo alcance, como la identidad del hombre, la figura del doble, las preocupaciones filosóficas en general, el lenguaje y sus orígenes, el envejecimiento. También el amor y la entrega.
Tiene el tono de una intriga, reforzada en los pasajes que se desarrollan en torno a la Segunda Guerra Mundial y los nazis, pero no desde el punto de vista de la acción, sino desde la reflexión y la poesía. Recoge una mezcla de géneros y tonalidades tal, que es imposible asociarla de pleno a cualquier otra cosa, aunque las conexiones son múltiples. Por un momento me acordé de Hammett (1982) vaya usted a saber por qué, un momento antes de reparar en que esa película de Wim Wenders estaba precisamente producida por Coppola. Asociaciones de la mente y la sensibilidad. De eso también habla El hombre sin edad: de los sueños, la imaginación, las asociaciones de ideas; de los misterios de la conciencia.
El hombre sin edad, que según su título original vendría a ser Juventud sin juventud, puede resultar pedante, excesiva, megalomaníaca, y aquí reconocemos a Coppola, claro. Pero también es un fascinante viaje, lleno de extrañezas y misterios, que con la puesta en escena de Coppola resultan magnéticos. Es una película tan extraña como subyugante, en la que un Tim Roth de cambiante edad y aspecto nos conduce por el tiempo y el espacio (está rodada en Rumanía e India entre otros lugares, y Coppola aprovecha magníficamente edificios, escaleras, y otros elementos arquitectónicos del pasado con un asombroso sentido estético) en un viaje intrigante, lleno de incógnitas sobre las que apetece volver de nuevo. A sus 66 años, Coppola se niega a repetir su pasado, y parece estar en una segunda juventud en la que hace lo que le da la gana y asume el riesgo de que le dé la espalda o le olvide una audiencia que, como no puede ser menos, de momento le sigue considerando uno de los grandes maestros del cine moderno. Y con una nueva juventud en marcha.