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Ricardo Aldarondo

Mon Oncle

Tony Scott: de hermano malo a hermano bueno

La noticia de la muerte de Tony Scott ha sido doblemente impactante: porque muera un cineasta en plena actividad y a edad aún temprana y porque se trata de un suicidio. Es curioso que nos impresiona más  el suicidio que la muerte natural o accidental, cuando es la única que al menos cuenta con la aprobación del interesado. Pero indudablemente intriga y conmueve pensar qué ha podido pasar para que un hombre aparentemente triunfador y plenamente activo, tome semejante decisión. Ahí están los rumores y las noticias contradictorias, que irán aclarándose, es de prever, en los próximos días.

En cualquier caso, era un nombre de importante presencia en el cine estadounidense desde comienzos de los años 80, director de algunas películas enormemente taquilleras y productor avispado. Ahora bien, la tragedia dispara las filias y mejora las percepciones, por lo que se ve. Solo así se puede entender el tratamiento de “gran cineasta”, “pieza fundamental del cine moderno” y otros desgarros emocionales e hipérboles expansivas que se han leído en las horas posteriores al conocimiento de la noticia. Y, sinceramente, uno no ve eso por ningún lado.

Siempre predispuesto al impacto visual, la exageración estilística, el montaje desmadrado y una desorientada búsqueda de ‘lo moderno’, el cine de Tony Scott empezó prometedor con El ansia, una visión del vampirismo traspasada por el videoclip que, después de haber repasado un par de secuencias, uno teme que haya quedado demasiado datada. Top Gun, con todo su patriotismo y su historia de amor azucarada, además de un enorme éxito, ha acabado siendo una de sus películas más equilibradas, mejorada aún con la interpretación que Quentin Tarantino hacía de ella en su fabuloso monólogo en la película Duerme conmigo (secuencia que por otra parte era lo mejor de Duerme conmigo).

Pero luego Tony Scott hizo dos de las películas más bochornosas de los años 80, Revenge y Días de trueno, la primera de ellas tan infumable en su increíble guión como en un estilo visual decidimante hortera, con lo peor de la influencia de la estética publicitaria. Tony Scott se especializó en una mezcla de acción y diseño, grandilocuencia y descaro, que muy posiblemente haya influido en el cine posterior, pero pocas veces para bien.

Sin embargo El último boy scout, probablemente su película más estimable, tenía gracia y hasta coherencia en el desparpajo, los diálogos disparatados y la acción bien entendida en una mezcla de homenaje y parodia, o zambullida a lo bestia en los arquetipos del héroe de acción y la buddy movie, con un Bruce Willis en pura efervescencia.

Pero luego vino Amor a quemarropa, que en su momento ya dio lugar a polémicas diversas, y uno considera uno de los filmes más irritantes de la época, con los peores tics del cine puramente epatante, un romanticismo estridente y un final sonrojante (uno de los muchos cambios que Scott introdujo en el guión de Quentin Tarantino), aunque ahora vemos con estupor que es recordado por algunos como una obra maestra.

Películas más estimables como Marea roja o Spy Game le acercaban a conceptos que Tony Scott manejaba poco, como la sutileza o la coherencia, aunque la primera de ellas quedaba a la inevitable sombra de A la caza del octubre rojo, mientras en Fanático caía de nuevo en sus excesos. Y Deja Vu parecía hacer honor a su título: una más de viajes en el tiempo, que no sacaba partido a tan atractivo subgénero y se perdía en una palabrería impropia de un director que al menos casi siempre supo mantener agarrado al espectador con su frenesí visual.

Era ya tradición considerar a Ridley Scott el cineasta con talento y calidad y a Tony Scott el brutote que se movía muy bien en la industria, con ojo para la taquilla, pero no tenía capacidad, ni probablemente lo pretendía, de entregar una verdadera gran película. No hay más que repasar la filmografía de uno y otro para seguir considerando así el reparto de parabiens. Pero resulta que en los últimos tiempos Ridley no ha logrado ofrecer películas tan redondas como las de sus inicios, Los duelistas, Alien y Blade Runner, aunque tampoco ha alcanzado nunca los niveles más chuscos de su hermano. Bueno, sí, en La teniente O’Neill. Pero entre que últimamente los ataques al ‘bueno’ Ridley se han disparado de forma desmesurada con Prometheus (¿por qué teníais tanto interés y esperanzas en una precuela de Alien?) y el triste final de Tony que a todos nos ha impresionado, cualquiera diría que los méritos se han trastocado y de pronto muchos se lanzan a proclamar que el bueno era Tony o, en un rapto de entusiasmo, que estaba claro así desde el principio. Y tampoo es eso.

Un espacio en 3D: cine, música, libros y más

Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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