El Meltdown es un festival tan original como sorprendente que cada verano se celebra en el Royal Festival Hall de Londres. Cada año eligen a un artista de renombre que se encarga de seleccionar y hasta ‘diseñar’ los conciertos que compondrán su festival. Lo han hecho Elvis Costello, Robert Wyatt, Nick Cave y Morrissey, entre otros genios, que han conseguido combinaciones inéditas de músicos, repertorios inimaginables y hasta la reunión de los New York Dolls para dar placer al ex cantante de los Smiths.
Este año le tocaba a Antony. El angelical cantante que dos semanas antes había estado en el Jazzaldia de San Sebastián con la orquesta tolosarra Et Incarnatus, diseñó una programación tan variada como apetecible, que incluía una de las imaginativas producciones de Hal Willner y el regreso de la cantante de Cocteau Twins, Elizabeth Frazer.
Y también los dos conciertos que pudimos ver, y que tenían mucho significado en la educación sentimental-musical de Antony: Marc Almond interpretando por primera (y dice que única) vez entero su segundo disco con Marc and the Mambas, de hace 30 años, Torment and Toreros; y Lou Reed, con quien Antony empezó a despuntar como corista. Se da la circunstancia de que la primera canción de Lou Reed que escuchó Antony en su vida fue precisamente la versión de Caroline Says que Marc and the Mambas hicieron en su primer disco, Untitled. Así que todo cuadraba perfectamente en esas dos noches consecutivas, los pasados 9 y 10 de agosto.
Lo de Marc Almond fue un acontecimiento. Además de que la parroquia ‘mamba’ se puso sus mejores galas para celebrar tan especial ocasión (los looks siniestro-gays puestos al día daban luz y color, negro por supuesto, al recinto), el ex cantante de Soft Cell se tomó muy en serio el reto. Torment and toreros, un disco que en su momento me resultó atractivo por su mezcla estilistica, con la sorpresa de incluir una versión de Peter Hammill (Vision) entre otras cosas, y su ruptura con el sustrato tecno de Soft Cell ya iniciada en Untitled, pero me rechinaba en su estética torero-kitsch que se contagiaba en algunos dejes musicales. Sin embargo, ahora con la distancia, menos prejuicios, y la rotundidad con que llevaron el disco al directo, Torment and toreros me pareció un disco insólito, arriesgado, fuera de todo tiempo y lugar, en el que se combina con descaro y pasión el cabaret, el music hall, los relatos más duros de los bajos fondos, el rock guitarrero, la orquestación romántica, el dramatismo de la canción francesa de los 60 (Jacques Brel), la figura del crooner transformada en drama-queen, la locura extasiante que aportaron los arreglos de Foetus y, claro, el flamenco de turista british.
En su día Marc and the Mambas, más que un grupo estable, fue un conglomerado de amigos y colaboradores y algunos de ellos se reunieron de nuevo en el escenario del Royal Festival Hall, como el cellista Martin McCarrick, el guitarrista Lee Jenkinson y el inigualable Jim Thirwell / Foetus, que apareció en escena en uno de los momentos culminantes, para dirigir el extasiante A Million Manias que, mezclado con Slut, tuvo una energía arrolladora. En la otra guitarra, Neal Whitmore (el Neal X de Sigue Sigue Sputnik que lleva tiempo colaborando con Almond) ejerciendo de director del supergrupo en el que también había piano de cola, percusionista, cuerda y un coro que tuvo un papel muy secundario.
Photograph: Katherine Rose for the Observer
Decía Marc Almond que le costaba enfrentarse a un disco que representa su época más destroyer, que incluye relatos de considerable sordidez, y en el que volcó muchas pasiones buenas y malas. Pero, valga el simil, se enfrentó como un auténtico torero a la situación. Cantó fabulosamente, volcó toda su conocida vis escénica, encontró un ambiente y una actitud adecuada para cada una de las canciones y se entregó sin perderse en desmadres emocionales. El grupo sonó tan sutil como arrollador y, aunque pudo haber algún fallo lógico en un ensamblaje tan complejo y ocasional, fueron dos horas y cuarto de alto nivel musical y, a juzgar por las ovaciones, emocional, con el complemento de un público que, se palpaba, tenía algunas de esas canciones, o el disco entero, entre los capítulos fundamentales de su educación sentimental.
Hicieron el disco al completo y por orden, aunque sustituyendo la intro que abría el album por la cara B Mamba, en una decisión acertada. A destacar las emocionantes interpretaciones, seguidas, de la versión del In My Room que difundieron en los 60 los Walker Brothers, y First Time, una de las canciones más bonitas que ha compuesto Marc Almond; la apasionada e impecable versión del Vision de Peter Hammill, que estuvo entre lo más aplaudido de la noche; y el frenesí in crescendo promovido por los gestos de director loco de Jim Thirwell / Foetus / Clint Ruin en A Million Manias, mezclada con Slut (ocasional colaboración de Almond y Foetus en un EP).
El disco original se completó, como no podía ser de otra manera, con Antony (que ya había aparecido en escena al principio para leer su personal “carta de amor” a Marc Almond y luego para interpretar a dúo My Little Book of Sorrows) saliendo a cantar Caroline Says, y fue otro gran momento, con los dos singulares personajes, eslabones de distintas generaciones en similar actitud artístico-vital, cantándose frente a frente.
Y como colofón, dos estupendas canciones que en su día se quedaron como caras B de singles, You’ll Never See Me on a Sunday y Your Aura. Ahora solo cabe esperar que Marc Almond se retracte y no deje un trabajo tan sólido y válido en esa performance única, y lo repita en alguna otra ocasión, incluso en una gira.
Lou Reed era el invitado al día siguiente, con la leyenda “From VU to Lulu” como reclamo en el cartel. Y eso es lo que hizo, aunque no en ese orden: empezó con uno de los temas del denostado e incomprendido Lulu (hay que ver, a sus 70 años sigue irritando e indignando casi como cuando publicó Metal Machine Music), guitarra acústica en mano y declamando dos frases de impacto que provocaron risas en el público y una mirada entre irónica y cómplice en el artista, las que abren Brandenburg Gate: “I would cut my legs and tits off / When I think of Boris Karloff and Kinski In the dark of the moon”.
Foto: Mark Williams.
Fue la primera de las cuatro piezas de Lulu: demoledoras y enervantes The View y Mistress Dread, y preciosa Junior Dad, que Lou Reed diseminó a lo largo del concierto, defendiendo con la chulería y contundencia que le caracteriza su obra junto a Metallica. No estaba el cuarteto metálico, pero a cambio Lou contaba con un joven y electrizante guitarrista, Aram Bajakian, un saxofonista tendente al free más salvaje, Ulrich Krieger (Lou se acercó y le dedicó una largo y expresivo aplauso cuando casi se dejó los pulmones al final de Heroin), el batería de los últimos años, Tony ‘Thunder’ Smith, el recuperado bajista Rob Wasserman, una corista, Allison Weiss, y un teclista, Sarth Calhoun.
En conjunto, una máquina superpotente, sutil también, en la que Lou Reed emergía con seriedad y bastante tino: aunque algunas versiones de sus clásicos con Velvet Underground durante la gira del año pasado, dejaban bastante que desear, esta vez cantó/recitó bien y dio coherencia total a un repertorio que abarcaba 45 años de creatividad. Brilló especialmente en el centro del concierto la extensa Street Hassle, y una gran canción, Think It Over, de un disco poco apreciado, Growing Up In Public.
También la gravedad de Cremation, de Magic And Loss. Y un conmovedor Sad Song, de lo mejor del concierto, con los coros de Allison Weiss. El final con Junior Dad sirvió para revalorizar la canción más llevadera de Lulu.
El mismo día del concierto Lou Reed colgó en su facebook el setlist del concierto. Lo cumplió excepto en el bis: en lugar de las anunciadas I’m Beginning To See the Light y Sweet Jane, tocó White Light / White Heat, arrolladora aún.
Y para terminar, una cosa bien insólita que me ocurrió. El día del concierto de Marc Almond, a las nueve de la mañana, fui a desayunar a una cafetería. Me siento, y en la mesa de al lado ¡estaba Marc Almond! Supongo que no es tan difícil encontrarse un músico famoso en Londres, pero intuyo que la probabilidad de enocntrarte en el desayuno al músico al que vas a ver por la noche en otro lugar de la ciuadad, es realmente ínfima. Tanto es así, que dudaba de que fuera él. ¿Qué hacía Marc Almond desayunando como un ejecutivo más en la misma mañana de un concierto tan especial? ¿No tenía que descansar, o preparar algo? ¿Cómo un supuesto pájaro nocturno como él practicaba ese horario de oficinista? Hablaba por teléfono, trabajaba con su iPad. Después de muchas dudas le abordé directamente. Le dije que había ido hasta Londres para su concierto (entre otras cosas), se sorprendió amablemente y me dijo que esperaba que me gustara el concierto. Le dejé ahí con su iPad y su desayuno. Nadie más parecía reparar en él. Quizás es el lugar donde desayuna cada día, debajo de su casa. Doce horas más tarde era un ídolo para 2.5oo pesonas en el Royal Festival Hall.
Gracias a los dos superfans de Marc Almond y Lou Reed, respectivamente, que me animaron a ir al Meltdown y me aportaron datos para completar esto.