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Ricardo Aldarondo

Mon Oncle

Rufus Wainwright, pasión y diversión

Volvió Rufus con todas sus virtudes, aunque extrañamente esta vez hubo una respuesta mucho más tibia: el Kursaal estaba a medias de público. ¿Es que ya se ha pasado la moda? ¿Era una fecha rara, en medio del puente? ¿Eran demasiados 55 euros por ver a Rufus más las breves actuaciones del hijo de Leonard Cohen y Krystel Warren? En fin, el espectáculo fue tan amplio (tres horas y media en total) como elegante y jugoso, y valió la pena un nuevo encuentro con las canciones excelsas de Rufus y su completísima capacidad artística.

No llegamos a ver a Krystal Warren en su set, pero la canción que interpretó durante la actuación de Rufus reveló un buen gusto y una voz angelical conmovedoras en esta chica de andrógino aspecto. Luego, la actuación de Adam Cohen vino a ser un aperitivo de lo que debería constituir una nueva visita al completo. Porque en menos de media hora, habló más que cantó, aunque era tan gracioso y afable con sus (logrados) intentos de practicar el español, que el público apreció tanto sus parlamentos como sus bonitas canciones. Una voz muy agradable, menos grave y rotunda que la de su padre, introdujo diversas canciones propias (“seguro que no conocéis ninguna”) y fomentó un divertido juego para salir de la siempre espinosa cuestión de ser hijo de un mito. Lo explicó más o menos así: “Supongo que sabéis que soy hijo de una persona famosa, que canta y es de Montreal… Soy hijo de Celine Dion… Y voy a cantar una canción de mami…”. Lo que dio paso a una bonita versión de So Long, Marianne, de papá Cohen… con broma incluida sobre George Michael. Esperamos, pues, una nueva visita, con más proporción de música, y el mismo buen talante…

Rufus, ya se sabía, venía más animado que en su anterior gira que pasó por Bilbao, entonces aún en duelo por la muerte de su madre. Ayer estuvo pletórico, aunque más concentrado en la música que en el show cabaretero, si descontamos el disparatado y desopilante bis. Su último disco, Out of the Game, no lo muestra fuera de juego como sugiere el título, sino aún capaz de crear espléndidas canciones de pop enriquecido y sofisticado. El show ofreció muchas de ellas, empezando por la última, curiosamente, Candles, con el escenario a oscuras apenas iluminado por unas velas y el Kursaal inundado por las voces de siete de los ocho músicos, incluyendo al propio Rufus. Ese derroche de armonías vocales (todos cantaban menos el batería) fue uno de los puntos fuertes del concierto, que continuó con otras canciones recientes como Rashida o Barbara. Dado que el disco salió hace ya muchos meses, y que contiene composiciones que no desmerecen en absoluto de las de sus discos más considerados, el repertorio fue bien celebrado por el público.

Rufus alternaba las interpretaciones de pie, con o sin guitarra acústica, con piezas sentado al piano, pero casi siempre secundado por la excelente banda. Algunos de sus miembros tuvieron protagonismo especial: ya hemos citado el de Krystel Warren, pero también Teddy Thomson se encargó de rendir homenaje a la madre de Rufus, Kate McGarrigle, con una de las canciones que se han incluido en un documental que, según contó Rufus, se estrenará en el Festival de Berlín. Y Teddy, aunque su principal cometido en el concierto era la guitarra,  mostró una voz y un buen gusto exquisitos, capaces de robarle el protagonismo a la estrella, desde la más absoluta humildad.

Entre los temas rescatados del pasado, Rufus se fue hasta su primer single, “con el que no pasó absolutamente nada cuando salió, pero sobreviví y, hoy estoy en San Sebastián, así que genial”, resumió. También recuperó The One You Love (grandes armonías vocales, de nuevo) del díptico Want, y volvió al último disco para la estupenda Respectable Dive. El tramo álgido empezcó con las mejores canciones del nuevo disco, con la calidez soul de Out of the Game, Jericho y Perfect Man, y su eficaz juego de contratiempos; y siguió con el homenaje a Leonard Cohen (para completar las conexiones familiares; Adam Cohen fue llamado a escena pero había desaparecido para sorpresa de Rufus) con Everybody Knows y cada músico cantando una parte de la canción; y culminó con  The Art Teacher, Rufus solo al piano, la emoción de una Going To a Town aún más lenta y melancólica (qué fabulosa canción) y Montauk.

Rufus introducía su tendencia al humor de vez en cuando, como para compensar la carga emocional y pasional de sus canciones, y porque no puede evitarlo, aunque estuvo comedido: colocó, sin embargo, la palabra ‘pintxos’ en la letra de Cigarrettes and Chocolate Milk para su propio regocijo y el de la audiencia, aunque volvía inmediatamente a sus sentidas pasiones. El desmadre y la fiesta se reservaban para el largo bis, un disparate que empezó con todos los músicos implicados en una especie de obra teatral de colegio, en la que, en castellano, leyendo unos papeles entre risas, cada uno intrepretaba su rol en lo que era un conjuro egipcio, o algo así, para que Rufus volviera a escena, bajo la dirección de un Cupido, cachas con alas que jaleaba y rapeaba. (Esto se ve en el vídeo aquí incluido y que, advirtámoslo, termina de forma lamentable y se corta en el mejor momento por razones desconocidas).

Rufus volvió por el lugar más inesperado, cual efebo romano, e invitó a decenas de espectadores a subir al escenario bailando alegremente al son de Bitter Tears. Tras el jolgorio general, les hizo agacharse mientras las luces se apagaban y él interpretaba casi en la oscuridad, agachado bajo un bocadillo gigante que formaba parte del atrezzo (nunca habíamos visto a nadie cantar bajo un bocadillo) un Gay Messiah que a algunos sonó irreverente, no desde luego por su letra, sino porque Rufus no podía aguantarse la risa ante la situación y buena parte del público, tampoco. Un poco injusto para una de las canciones más bellas e íntimas de su repertorio, pero fue un bonito colofón para la party, casi a medianoche.


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Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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