El último de los conciertos matinales del Trueba por este curso, celebrado ayer a las 12 del mediodía como es preceptivo, fue otro vermú tan exquisito como sorprendente. A la extravagancia por la electrónica. Hidrogenesse es un dúo suficientemente conocido por cualquiera que haya seguido el pop más anticonvencional de la última década, y suficientemente despreciado o ninguneado por quienes no entran en el muy peculiar mundo de electrónica analógica, estética ilógica, humor inesperado e intelectualidad sui generis de Carlos Ballesteros y Genís Segarra. Su aristocracia marginal, o así, vapulea todas las etiquetas que van de la modernidad al retroclasicismo, de los hippies a los punks. Ingeniosos en las letras y la comunicación, apasionados de la ingeniería electrónica, cultivadores de una ingenuidad sarcástica, practican un descaro intimista, sin sumarse a la vulgaridad del provocador.
A diferencia de los anteriores visitantes de las insólitas y deliciosas matinales del cine Trueba de San Sebastián, los conciertos con imágenes de la programación Primer Intento, Hidrogenesse, que abarrotaron la sala, no utilizaron imágenes de películas comerciales, porque tienen su propia historia audiovisual montada a partir del homenaje al matemático y pionero de las computadoras Alan Turing que es su disco del año pasado Un dígito binario dudoso. En desorden, y alternándolas con canciones de toda su discografía, ofrecieron ese (corto) disco prácticamente entero, empezando por el final, Historia del mundo contada por las computadoras. Y lo que siguió fue una personal lección de tecno-pop transversal y transeuropeo, con la inefable imagen y actitud de Carlos y Genis que, como los anteriores visitantes del Trueba, con su ambiente hogareño y la infalible lámpara, estuvieron tan comunicativos como inspirados al dirigirse (abundamente) al público. Un público que, en bastantes casos, dio una efusiva lección de cómo bailar sentado, que también es bailar.
Dimos por hecho que las bases iban pregrabadas, pero luego los de Hidrogenesse nos han precisado un matiz importante: “Los conciertos de ahora no son con ‘bases pregrabadas’, ya no llevamos portátil. Llevamos un secuenciador que en directo manda señales a dos sintes, módulo de voces y caja de ritmos, o sea que todo está sucediendo en directo. Es una diferencia que el público no percibe pero al no ser pregrabado hace que la cosa suene diferente”. Sí se percibían claramente unas cuantas aplicaciones live: mini guitarra, vocoder, fino tecladillo al aire, y así crearon una potente base para la voz de Carlos, quien suple la falta de potencia o versatilidad con gracia y convencimiento. En el variado repertorio se alternaban otras canciones de la saga Turing, como Love Letters, El beso o la muy celebrada Captcha-cha-cha, con rescates del pasado como Schloss o la preciosa balada de amor a una autopista, A-68.
Si el disco llega a su climax con la apasionante y obsesiva Enigma, que resume los grandes dilemas de la vida de Turing, en directo también fue ese el punto álgido, sobre todo por la inesperada fusión con Maricas de Los Punsetes y la continuación (no se sabe si inesperada, véase la explicación de Carlos en el vídeo) con Vamos a casarnos, una canción que también hizo el grupo alternativo de Genís, Astrud, y versioneó Single en un single compartido con Hidrogenesse.
Ofrecieron una canción nueva (nueva porque no la han grabado aún, pero llevan años tocándola en directo) que presentaron como Dos tontos muy tontos. No faltó el homenaje a Terenci Moix, ni las querencias animales de Hidrogenesse, en Caballos y ponis, o en la muy divertida y exultante Disfraz de tigre.
Llegó también el momento estelar del ‘teatro malo’, la interpretación pseudodramática y con atrezzo ad hoc de Christopher, la historia del amigo escolar de Turing que murió prematuramente; y una disparatada recreación del dúo Serge Gainsbourg / Catherine Deneuve en la versión de Dieu fumeur de havanes.
Y para terminar, la anticlimática pero también muy esperada No hay nada más triste que lo tuyo. Dijeron que era la última y lo fue. Ni bis ni nada, a pesar del entusiasmo del público que, lejos de cabrearse, celebró su consecuente actitud. No se casan con nadie.