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Ricardo Aldarondo

Mon Oncle

Cannes (1): 'El gran Gatsby', nuevo rico para el siglo XXI

El gran Gatsby es excesiva pero, ¿alguien dudaba de que lo iba a ser? La adaptación de la magistral novela de Francis Scott Fitzgerald es exactamente lo que uno puede imaginar de la suma del mito Gatsby con la firma única de Baz Luhrmann. Excesiva, claro. Y con una deslumbrante, apabullante, desbordante puesta en escena. La peculiaridad reside en que lo que funcionaba muy bien, y sorprendía y tenía sentido en Moulin Rouge, queda en El gran Gatsby peor encajado. Se traduce que lo que ha interesado a Lurhmann de la novela de Scott Fitzagerald es el lujo desmesurado de la mansión y el mundo del personaje, y las fiestas entre la elegancia y el desenfreno que monta. Ahí aprovecha el director de Moulin Rouge para desarrollar su espectáculo asombroso, casi histérico, de bailes, risas, travellings imposibles y música, no de la era del jazz, la del año 1922 en que se desarrolla la accion, sino de todas las eras que le da la gana: al mismo tiempo suenan a ráfagas clasicos de los años 40, sale un remedo de Cab Calloway, suena un Bryan Ferry orquestal y atrona el hip-hop y Lana del Rey. Así, entre la recreación histórica sui géneros, el lujo digitalizado de los actuales anuncios de moda y la acumulación kitsch propia de los nuevos ricos del siglo XXI y su concepto de la elegancia, se queda este Gatsby al que Leonardo DiCaprio aporta adecuada figura, aunque algo deudora de anteriores papeles suyos. Otro max mix.

En un momento se dice que la mansión y las fiestas son un disfraz para Gatsby. La parafernalia visual, con decorados impresionantes, travellings por las fachadas de rascacielos neoyokinos, imposibles viajes supersónicos de la cámara por la bahía y un derroche de vestuario art-decó, proponen una visión del lujo y la recreación de los locos año 20 como una Disneylandia on acid. Todo un disfraz, también, para un personaje, el admirado vecino de un trabajador de la bolsa de Nueva York y aspirante a escritor, que en manos de Luhrmann queda como un inmenso montaje más bien hueco por dentro, aunque de lo más entretenido. Lo que en Scott Fitzgerald es sutileza y capacidad para describir la fascinación por un personaje hecho a sí mismo pero atormentado por el amor, queda en un aparatoso trazo grueso, una traca de vistosos y carísimos fuegos artificiales. Esta nueva versión de El gran Gatsby se puede disfrutar precisamente en sus excesos, porque aunque dura más de lo debido, mantiene la atención del espectador y a no ser que sea uno alérgico a la firma Lurhmann, sus brillos deslumbran. Eso sí, del Gatsby original queda sólo eso, el disfraz.

Un espacio en 3D: cine, música, libros y más

Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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