El domingo fue un día para enfrentarse a los peores fantasmas del genocidio, a través de dos directores que han retornado una y otra vez a dos terribles hechos históricos a los que siempre pueden volver con nuevos enfoques, por inabarcables e incomprensibles, y por el empeño de ambos en indagar en la insondable verdad.
Le derniere des injustes, de Claude Lanzmann. La sesión fue todo un reconocimiento a la labor durante cerca de 40 años del director de la monumental Shoah. De los materiales que filmó en 1975 para ese filme se deriva Le dernier des injustes, una película de 3 horas y 40 minutos de duración que se basa en una entrevista, que permanecía inédita, que Claude Lanzmann mantuvo con Benjamin Murmelstein, el último de los presidentes del Consejo Judío durante la Segunda Guerra Mundial, que tuvo un papel especial en la organización del ghetto de Theresiendstadt en Checoslovaquia. En esa ciudad que los nazis ‘regalaron’ a los judíos, proclamando que allí iban a tener su paraíso, y que pronto se convirtió en un campo de trabajo y muerte, Murmelstein trataba de mantener las mejores condiciones posibles y lidiaba directamente con el nazi Adolf Eichmann para defender a su comunidad. Vivía en Roma cuando en 1975 se dejó entrevistar por primera vez por Lanzmann para tratar de aclarar su papel, toda vez que algunas voces judías cuestionaron su relación con el aparato nazi. El hecho de que fuera el único superviviente de los sucesivos presidentes del estamento judío despertaba sospechas. En la entrevista llama la atencion que en ningún momento se emociona, aunque relata con rabia y dolor la progresiva degeneración de la vida en el ghetto, donde pronto empezaron los ahorcamientos y las muertes por hambre y enfermedad y los traslados a campos de concentración de los que, asegura Murlmenstein, no se sabía en aquel lugar y en aquel momento lo que en ellos se estaba haciendo.
Lanzmann pregunta abiertamente, y Murlmenstein explica que, igual que un médico no puede llorar ante la enfermedad de un paciente, él no se podía permitir lamentos y se empeñaba en que la gente se mantuviera activa. Por eso contribuyó al “embellecimiento” de la ciudad emprendido por los nazis, que querían mostrar Theresiendstadt como un paraíso para los judíos. Y Murlmenstein consideró que esa propaganda les venía bien a los judíos, porque si se sabía que aquel ghetto existía, sería más difícil para los nazis eliminarlo: Eichmann ya había amenazado con volarlo más de una vez. Las declaraciones de Murlmenstein son fascinantes por su vehemencia al hablar, y aunque a menudo deriva de un tema a otro y acumula anécdotas, creando cierta confusión, ese estilo enrevesado dice mucho de su tendencia a no afrontar directamente algunas cuestiones. Pero admite que le empujaba un cierto espíritu aventurero que no tenía miedo a morir porque tenía que defender esa misión de tratar de salvar a su comunidad. Y habla sin tapujos de ese cierto poder que su posición le otorgaba.
Además de la entrevista, la película contiene visitas de Lanzmann en la actualidad a algunos de los lugares citados (nombres de los que dice el cineasta que hoy no se acuerdan más que unos pocos especialistas), en los que lee fragmentos del libro que editó Murlmenstein hace 40 años y relata in situ algunos de los terribles asesinatos. Así, la película se estira demasiado, no hay montaje selectivo, digamos, pero tanto las revelaciones que contiene como los enigmas que deja en el aire hacen de Le derniere des injustes un complemento bie interesante, también autónomo, de Shoah, como lo fue la anterior Sobibor, 14 Octobre 1943.
L’image manquante, de Rithy Panh. El cineasta que impresionó con el documental sobre los jemeres rojos y el genocidio perpetrado en Camboya a partir de 1975 regresa a aquel momento, cuando él era niño, desde una rememoración emotiva, dolorosa, pero nada enfática. La película que comienza con un almacén lleno de películas abandonadas, deterioradas, muchas completamente inservibles, es el punto de partida de la búsqueda de esa ‘imagen que falta’. Una imagen metafórica de todo el horror vivido por Rithy Panh en esos tres años, en los que perdió a buena parte de su familia y convivió en campos de trabajo en los que el hambre les obligó a comer ratas entre otros horrores. La narración en off, en forma de ensayo personal e íntimo se superpone a imágenes documentales, muchas de ellas filmadas por el propio régimen impuesto por los jemeres, y recreaciones de las situaciones elaboradas de forma sorprendente con pequeñas figuras esculpidas y pintadas. Lo que en primera instancia puede parecer que dará poco de sí para hora y media de película, se convierte en un lenguaje rico y revelador para entrar desde la experiencia íntima de la pérdida y el dolor infinitos, sobre un hecho histórico terrible que afectó a una gran comunidad. Ese modo de ir desde el detalle a lo general, desde una figurita a toda la representación del mal, y de la degradación humana, hace de L’image manquante una película calladamente conmovedora que clama contra el olvido.