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Ricardo Aldarondo

Mon Oncle

Minicrónicas de cinco películas que podrás ver en el Festival de San Sebastián

Recopilo aquí los textos publicados en Mon Oncle, con motivo de los festivales de Berlín y Cannes, de cinco películas que estarán en el Festival de San Sebastián desde el viernes, principalmente en la sección de Perlas.

PERLAS

Gloria, de Sebastián Lelio. La película chilena que salió de Cine En Construcción del Festival de San Sebastián ha sido de lo mejor de la competición de la Berlinale y sería raro que no estuviera en el palmarés, bien como mejor película, bien con un premio a la actriz Paulina García, extraordinaria en un delicado retrato de mujer madura, aún a la búsqueda de un amor, de un disfrute de la vida en plenitud. Una actriz que se expone mucho, no sólo en la desnudez de su cuerpo, sino en la construcción de un carácter entre la inocencia, la sensualidad, la entrega, la autosuficiencia y hasta la venganza. Sencilla y riquísima en matices al mismo tiempo, Gloria transita la amargura y la felicidad, en pequeñas ráfagas que dejan al espectador pegado a esa mujer, aplaudiendo su decidida actitud de seguir bailando hasta el amanecer, a pesar de todo.

Jeune et jolie, de François Ozon. No tan espectacular e intrigante como la película de Ozon precedente, la ganadora de la Concha de Oro En la casa, pero también muy notable, es esta incursión en los difíciles 17 años de una chica, interpretada con tanto talento como belleza por la actriz Marine Vacth, todo un descubrimiento. A través de cuatro estaciones de un año, ligadas a otras tantas canciones de Françoise Hardy, Ozon comienza con el clásico primer amor de verano, en un tono sensual y nostálgico, pero se adentra en un otoño más oscuro, con la joven de familia acomodada dedicándose a la prostitución sin una razón aparente que le lleve a ello. Sencilla pero con muchos detalles sugeridos sobre las relaciones de pareja y familiares, con personajes secundarios muy bien dibujados, incluyendo a una Charlotte Rampling que se reserva para el tramo final, Jeune et jolié vuelve a confirmar a Ozon como uno de los directores más imprevisibles y sugerentes del actual cine europeo.

Like Father, Like Son, de Hirokazu Koreeda. Ya tenemos una película susceptible de ganar la Palma de Oro y es de un director adicto al Festival de San Sebastián, donde ha competido cuatro veces, el japonés Hirokazu Koreeda. En Like Father, Like Son  ha vuelto a dar en el clavo con una de sus especialidades, la observación de relaciones y comportamientos en torno a la familia, los niños y la paternidad. El punto de partida es bien dramático, un dilema de angustiosa resolución: a dos parejas con hijos de seis años se les comunica que sus niños fueron intercambiados al nacer. Y ahora tienen que decidir qué hacer, si recuperar mutuamente a sus hijos de sangre, o seguir junto a los niños que han cuidado, educado y querido durante ese tiempo fundamental. Pero Koreeda, con su enorme talento para manejar con la mayor sutileza las situaciones cotidianas, combina continuamente el humor, la emoción y el dramatismo sin incidir en ninguna de esas tonalidades, que a veces combina en la misma escena. Como en sus otras grandes películas sobre la familia, Nadie sabe, Still Walking y Kiseki, el talento de Koreeda para plasmar con toda naturalidad a los niños en todos su registros sigue resultando asombrosa. Es una película deliciosa, emocionante y sencilla en su complejidad, porque sin ninguna intención discursiva plantea muchas incógnitas y sentimientos en torno a la paternidad y sus incertidumbres. Esperemos que tenga recompensa este gran filme que, todo hay que decirlo, algunos están despachando como una nadería. Allá cada cual.

L’image manquante, de Rithy Panh. El cineasta que impresionó con el documental sobre los jemeres rojos y el genocidio perpetrado en Camboya a partir de 1975 regresa a aquel momento, cuando él era niño, desde una rememoración emotiva, dolorosa, pero nada enfática. La película que comienza con un almacén lleno de películas abandonadas, deterioradas, muchas completamente inservibles, es el punto de partida de la búsqueda de esa ‘imagen que falta’. Una imagen metafórica de todo el horror vivido por Rithy Panh en esos tres años, en los que perdió a buena parte de su familia y convivió en campos de trabajo en los que el hambre les obligó a comer ratas entre otros horrores. La narración en off, en forma de ensayo personal e íntimo se superpone a imágenes documentales, muchas de ellas filmadas por el propio régimen impuesto por los jemeres, y recreaciones de las situaciones elaboradas de forma sorprendente con pequeñas figuras esculpidas y pintadas. Lo que en primera instancia puede parecer que dará poco de sí para hora y media de película, se convierte en un lenguaje rico y revelador para entrar desde la experiencia íntima de la pérdida y el dolor infinitos, sobre un hecho histórico terrible que afectó a una gran comunidad. Ese modo de ir desde el detalle a lo general, desde una figurita a toda la representación del mal, y de la degradación humana, hace de L’image manquante una película calladamente conmovedora que clama contra el olvido.

PROYECCIÓN ESPECIAL FIPRESCI

La vie d’Adèle, chapitres 1 & 2, de Abdellatif Kechiche. Íbamos con cierta prevención, no tanto porque La vie d’Adèle, chapitres 1 & 2 durara tres horas y se proyectar al final de la jornada, como porque su sinopsis solo decía que trataba de la relación entre dos chicas. Y, efectivamente, la película de Abdellatif Kechiche, que ha sido si no la mejor sí la mayor sorpresa de una Sección Oficial con poco espacio para los descubrimientos, dedica esas tres horas a contar el inicio, el fulgor y la disipación de una relación amorosa, una relación de amor entre dos chicas muy jóvenes. Y sin embargo esa duración no solo está plenamente justificada, sino que es la esencia de que La vie d’Adèle, chapitres 1 & 2 llegue a una profundidad e intensidad que pocas veces se logra en el intento de plasmar el enamoramiento en pantalla. Aunque habrá quien diga que se puede contar lo mismo en menos tiempo, me temo que no: Kechiche crea un mundo de cercanía y autenticidad, de convivencia total con el personaje de la chica que a los dieciocho años vive en su clase los típicos acercamientos de chicos y se plantea una relación con alguno de ellos, pero se queda inexplicablemente prendada de una chica con el pelo azul que ve pasar por la calle.

Todo es creíble y cercano, y por lo tanto emocionante, en lo que le ocurre a esa chica, interpretada por una de las revelaciones de jóvenes actrices que ha tenido este Cannes, una Adèle Exarchopoulos a la que parece difícil que nadie le arrebate el premio de interpretación, a no ser que lo comparta con su compañera en la película, Léa Seydoux, otro idilio con la cámara. Ambas, pero sobre todo Adèle, que está permanentemente en pantalla, se implican en sus papeles de una manera dificilmente igualable, sobre todo porque Kechiche no recurre al tono documental, o a un estilo improvisado y descuidado, que suele ser lo más socorrido para plasmar realismo: sus planos parecen elaboradísimos y naturales al mismo tiempo, bellísimos pero nada afectados. Y esa implicación entre el director, las actrices (ampliable al resto del reparto también) y los personajes se lleva en La vie d’Adèle a sus últimas consecuencias: las más llamativas en las escenas de sexo, que son absolutamente reales y detallistas, la primera con una duración cercana a los diez minutos, y que explican realmente cómo es esa relación en todas sus dimensiones. Nunca se ha mostrado en el cine cómo es el amor, la pasión y el sexo entre mujeres en la cama como en esta película, y cómo todo ello influirá en lo que irá ocurriendo a continuación. Sin embargo Kechiche evita por completo el ámbito de la condición gay, y se sitúa siempre en la historia de amor entre dos personas, lesbianas o no, y da la impresión de entrar como pocos en los sentimientos de las mujeres en general.

Pero además de la historia de amor, deseo y comunicación más allá de las palabras, en La vie d’Adele se habla, y con la misma sutileza y profundidad, de las incertidumbres de la juventud, de la búsqueda de la identidad propia y de los gustos personales, de cómo vislumbrar un futuro, no tanto laboral, como vital. Y de las ilusiones y frustraciones que todo ello conlleva. Las dos son estudiantes, una de literatura y otra de arte: a Kechiche le interesa la relación entre la vida y la representación de esa vida en la ficción y el arte. Y a través de sus personajes transmite una pasión por el arte desprovisto por completo de ínfulas culturetas, apoyada únicamente en la fascinación y la apertura para los sentidos, y para comprender la vida real, que aportan la literatura, la música o la pintura, que de todo ello hablan y viven con naturalidad los protagonistas de La vie d’Adèle, una película que se te queda dando vueltas en la mente durante días y días.

El tunecino Abdellatif Kechiche, que trabaja en el cine francés, ya había destacado con otro retrato juvenil en las afueras de París, L’esquive (2003) y con dilemas humanos de otra edad, en Cuscús (2007), pero es en este quinto largometraje donde alcanza verdadera altura de autor con un mundo propio, y que puede tener continuidad. Basada en un cómic titulado Le Bleu est une couleur chaude, La vie d’Adele promete continuidad: Kechiche tiene interés en ver cómo continuará el cómic y seguir adaptándolo, y no descarta que Adèle se convierta en lo que fue Antoine Doinel para François Truffaut.

 

 

 

 

 

Un espacio en 3D: cine, música, libros y más

Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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