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Ricardo Aldarondo

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Desde Cannes (5): un repaso oriental

Entre las muchas películas vistas estos días en Cannes, hagamos un repaso del cine oriental.

Arirang, de Kim Ki-duk. No sabíamos que Kim Ki-duk estaba tan mal. Pero él mismo nos lo cuenta, en primera persona, en soledad, ante una cámara que no sólo sirve para confesar, sino que escruta cada detalle vital de un artista en proceso de bloqueo artístico, desmoronamiento personal y muy cercano al delirio. A Kim Ki-duk se le va la olla pero no en el sentido creativo, sino literalmente. En este documental crudo y desgarrado, sólo sale él. Muestra cómo vive en el monte, en una casa-cabaña, donde se fabrica sus propios utensilios y pasa los días contando ante la cámara su angustia porque desde hace tres años es incapaz de hacer una película. La depresión le entró porque dos de sus ayudantes de dirección habituales ficharon por una multinacional y él se lo tomó como una traición en toda regla; y también por un accidente que tuvo en el rodaje de ‘Dream’ una actriz, que estuvo a punto de morir, aunque no le ocurrió nada grave. Esta debió ser la razón por la que no vino en 2008 al Festival de San Sebastián para presentar ‘Dream’, e hizo la rueda de prensa por videocoferencia. Entonces dijo que le hubiera encantado estar en San Sebastián, pero un accidente se lo impedía. En ‘Arirang’ se muestra agradecidísimo a todos los festivales que le han dado fama y prestigio. Se confiesa agobiado por las expectativas que provoca un director como él, muy premiado y con 15 películas en su haber, pero al mismo tiempo hecha de menos ese mundo de loas y reconocimientos. La película es conmovedora por un lado (Kim Ki-duk grita, llora, canta ensimismado y entrevista a su ‘otro yo’, se le ve físicamente cambiado, más gordo, avejentado y canoso, y anímicamente derrotado), y por otro puede causar irritación por el baño de ego que se da con esta película. Al final, incluso se puede dudar si será todo un falso documental a lo Joaquin Phoenix, por la deriva enloquecida que tiene la historia, con una pistola de por medio. Aunque no parece que sea así. En cualquier caso, curiosa y sorprendente, e imprescindible para fans de Kim Ki-duk, quien a pesar de los pesares preséntó en la sala su película (en la foto, junto al director del Festival, Thierry Fremaux) y dijo “estaba metido en una pesadilla y Cannes me ha sacado de ella”, o algo así.

Hanezo no tsuki, de Naomi Kawase. Junto a la de Takashi Miike, las únicas orientales en la Sección Oficial. La directora japonesa, que el año pasado compitió en el Festival de San Sebastián con el documental ‘Genpin’, vuelve a Cannes con una película fallida y dispersa. Una historia que mezcla el dilema amoroso de una chica, con los antepasados de algunos de los personajes, y se pretende remontar a los ancestros del lugar donde viven (otro toque cosmológico a lo Terrence Malick), se queda en tierra de nadie con múltiples tiempos muertos y una narrativa a la deriva. Tiene muchas de las contantes de Kawase: el pasado familiar, la pasión por los árboles y la naturaleza, las imágenes simbólica (aquí el agua teñida de rojo), pero esta película no convenció a nadie y se saldó con media docena de aplausos de cortesía y elocuente silencio por parte del resto de la sala.

Ichimei
, de Takashi Miike. Sólo vi la primera hora porque no aguantaba más el 3D. Este horrible sistema para torturar a los espectadores con las pesadas gafas que aprietan la cabeza, y que produce una imagen oscura, sin nitidez y con un velo de suciedad plasticosa imposible de quitar de las susodichas gafas, era en ‘Ichimei’ totalmente innecesario. En la primera hora, ‘Ichimei’, una historia de samurais, contiene casi únicamente conversaciones y estáticas acciones en interiores, en base a primeros planos. La supuesta profundidad del 3D era, pues, inexistente. Vi parte de la película sin gafas y, al no haber profundidad de campo, se veía mucho mejor que con ellas, con toda la luz y casi la misma nitidez. Es increíble que la gente pague más dinero por ver una película borrosa y oscura. Las dos salas principales de Cannes, como un Kursaal a lo grande, tienen una calidad de imagen extraordinaria. Con el 3D quedó reducida a un oscuro manchón. Esa primera hora me pareció bastante tostón, aunque los que aguantaron aseguran que la segunda parte está mejor. Pero parece que ‘Ichimei’ está lejos de la excelente ’13 Assasins’ que hizo el año pasado el japonés Takashi Miike.

The Day He Arrives
, de Hong Sang-Soo. Se le colocó la etiqueta de ‘el Woody Allen del cine coreano’ y sus jóvenes treintañeros con dilemas amorosos y existenciales también pueden recordar a Eric Rohmer. Pero son sólo referencias superficiales. Hong Sang-Soo tiene ya un buen puñado de películas (se editó en España hace unos meses un instructivo pack de Intermedio con cinco de sus obras) y, al menos en la última época siempre va en esa línea: da más importancia a la conversación que a la puesta en escena, que en ‘The Day He Arrives’ se resuelve en planos muy básicos, aunque con la particularidad de que emplea el obsoleto zoom para acercarse o alejarse de sus personajes. Encuentros, acercamientos, rupturas y nacimientos de nuevos amores, a partir de un director de cine que va a Seúl a encontarse con un amigo, y se topa con viejas amistades, fans devotos y la novia que le dejó. Divertida y entrañable, se ve a gusto y se hace querer, pero sin dar nada extraordinario, en la línea de su anterior ‘Ha ha ha’, que también estuvo en Cannes en Un Certain Regard.

‘The Muderer’ / ‘The Yellow Sea’
, de Na Hong-Jin. Presentada con los dos títulos a elegir, la nueva película del director coreano que despuntó con ‘The Chaser’ vuelve a contar con el mismo actor y el mismo equipo para mejorar aún su fastuosa forma de filmar un ‘thriller’ percutante, casi tan bruto como el ‘I Saw the Devil’ de Kim Jee-Woon. Cuenta el típico proceso de un hombre al que le encargan matar a un tipo y acaba envuelto en una batería de persecuciones y asesinatos mientras está dolorido por el amor, pero la puesta en escena es tan apasionante que te arrastra sin descanso. El uso de la música es especialmente brillante y la primera huida-persecución del protagonista arrancó una ovación del público al final de la secuencia. Luego hubo otros aplausos por los detalles insólitos o los rasgos de humor negro, y por la pericia audivisual de muchos momentos, mezclados con un convincente lirismo.

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Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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