Basta con que abra la boca para decir “thankyou” y la voz de Bill Callahan te impresiona y atrapa toda tu atención. No se sabe de dónde sale esa profundidad, esa cercanía confesional, ese tono tan grave y emocionante. Pero basta con que Callahan rasgue suavemente las cuerdas de su guitarra o elabore uno de sus intrincados arpegios, y se ponga a cantar, para que el ambiente se quede en suspenso, y los fieles escuchen anonadados al trovador.
Le habíamos visto dos veces en el Primavera Sound, pero en el concierto del sábado en el teatro Principal de San Sebastián fue especial. Bill Callahan volvió a demostrar que con su austeridad, su traje claro, su pose de piernas abiertas, su imagen que evoca a los pioneros del rock y el folk, ese flequillo de chico bueno y esa voz y esas palabras inquietantes, alcanza un intimismo que pone le piel de gallina. El dramatismo de sus canciones nunca es engolado, y parece esconder un rasgo de humor. No hace falta entender sus palabras: la densidad de sus tonos graves, la delicadeza cuando se lanza a los agudos, la dicción llena de convencimiento, esa forma de elaborar frases de distintos tamaños y encajarlas en una misma canción como un guante, todo contribuye a la fascinación que produce el mundo, mitad rural, mitad de novela negra, que elabora Bill Callahan.
El cantautor antes conocido como Smog estuvo acompañado por el guitarrista Matt Kinsey y el batería Neal Morgan. El primero hizo adornos bonitos al tiempo que cubría el flanco de los graves ante el ausente bajo, pero también se pasó un poco en algunas intervenciones, especialmente en la hermosísima ‘Too Many Birds’, rompiendo un poco la magia. El batería en cambio estuvo impecable, acariciando tambores y platillos, a los que arropaba con toallas para cambiar sonidos o atacaba sin miedo en ciertos momentos en que dejaba a un lado la contención.
Callahan se basó en sus dos últimos discos, ‘Sometimes I Wish I Were An Eagle’ y ‘Apocalypse’, con algunas versiones un poco distintas, caso de ‘Eid Ma Clack Shaw’, más desnudas en arreglos, pero plenas de intensidad, como la inmensa ‘Jim Cain’ que cerró la primera parte del concierto. Pero también tocó algo de ‘Wake On a Whaleheart’ (‘Honeymoon Child’ como segundo tema del bis) y ‘A River Ain’t Too Much To Love’ (‘Say Valley Maker’). No hubo suerte y no hizo la sublime ‘Rock Bottom Riser’, una de las mejores canciones deprimentes que se puedan encontrar, ni la emblemática ‘Cold Blooded Old Times’. Pero cerró rescatando la primeriza ‘Battysphere’ en tensa y contagiosa versión.
El espléndido concierto de Bill Callahan tuvo un plus en el hecho de celebrarse en el teatro Principal, lugar perfecto para el tono cercano y algo decadente del americano. Y nos hizo pensar por qué no se utiliza más a menudo el Principal para conciertos así, especiales, delicados, relativamente minoritarios: hay que recordar que Bill Callahan agotó el taquillaje y que algunos se quedaron sin poder entrar. La feliz idea de Ginmusica trayendo el concierto y Donostia Kultura acogiéndolo dentro de Literaktum, debería tener continuidad. Ya a finales de los 70 se organizaban conciertos de rock en el Principal, a finales de los 80 y principios de los 90 hubo una gran actividad con los llamados Jueves del Principal y la esforzada programación del entonces llamado Patronato de Cultura. Pero en los últimos años pocas ocasiones ha habido de disfrutar adecuadamente del buen sonido y el acogedor ambiente del Principal en cuestiones musicales, aunque el concierto de Lambchop en 2002 fue otro hito.
Gazteszena en Egia y el renovado Victoria Eugenia que quería ser joven y parecerlo, desviaron hacia esos espacios la mayoría de los conciertos de formato indie o similares. Pero hagamos un llamamiento para que la espléndida noche del sábado con Bill Callahan, en la que 500 personas se olvidaron de que la Real se jugaba la permanencia, tenga continuidad.
La foto es de Iñigo Royo, gentileza de Donostia Kultura.