Sun Kil Moon en París: el extraordinariamente talentoso y conmovedor cantautor vs. el no tan atractivo bromista provocador | Mon Oncle >

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Ricardo Aldarondo

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Sun Kil Moon en París: el extraordinariamente talentoso y conmovedor cantautor vs. el no tan atractivo bromista provocador

Cuatro meses después del post en Mon Oncle titulado Los ocho nuevos discos de Mark Kozelek, el aparentemente hiperactivo aunque permanentemente soñoliento cantautor publicaba otro disco más, ahora bajo el alias Sun Kil Moon que se supone corresponde a una banda, pero sigue siendo su dominio acompañado, a veces, por músicos cambiantes. Y si los tres discos en estudio, de esos ocho contando varios live y una banda sonora, eran extraordinarios, Benji es una obra maestra. Parece que por fin se le está reconociendo: yo esperaba que el año pasado su disco con Jimmy LaValle, Perils From the Sea, tan bueno como el actual Benji, estuviera en lo más alto de las listas de lo mejor del año, pero no ocurió así, inexplicablemente. Como mucho, algunas revistas incluyeron su disco junto a Desertshore. Ahora parece unánime la opinión de que Benji es lo mejor que ha aparecido de momento en este 2014. Sin duda, pero también lo era Perils From the Sea en 2013, creo.

La conjunción que ha conseguido Kozelek en estos dos discos, entre una letras-relato que confiesan episodios de su vida (alguno también de su imaginación) como una biografía expresada con lenguaje natural, y unas melodías emocionantes, aún más de lo que suele conseguir habitualmente con su particular voz, alcanza lo extraordinario. Uno se mete en cada una de las canciones como en una película, un libro de relatos y una confesión de amigo al mismo tiempo. Las largas letras encajan de manera tan inexplicable como perfecta, marcando de forma definitiva la diferencia entre un cuento literario y lo que él hace, unas canciones insólitas, amables y bellas, pero alejadas de la clásica estructura de estrofa y estribillo.

Muchas veces ha defendido en solitario las canciones que ha grabado con otros, engalanadas en el estudio, desnudas en directo. Pero ante el extraordinario Benji, y al anunciar algunas fechas en Europa acompañado por Steve Shelley (en un principio, aunque finalmente fue sustituido por Eric Pollard, batería de Retribution Gospel Choir), y el minimalista teclista Chris Connolly, había que aprovechar la ocasión para ver a Kozelek en grupo. Las canciones de Benji, sus arreglos escuetos pero fundamenteales, lo merecen.

Y el sábado pasado veíamos a Sun Kil Moon en París, en un precioso teatro antiguo de music-hall, Le Divan du Monde, con desgastados dibujos exóticos en las paredes que parecen, también, cargadas de historiasUn lugar que te permite estar en primera fila, apoyado en el escenario, casi metido en él. Con el peligro que supone, lo sabíamos, en el caso de un concierto de Kozelek, al que ya había visto antes en seis ocasiones, con Red House Painters o solo, pero no había comprobado la deriva extrañamente provocadora que ya mostró en el pasado mes de octubre en Madrid y Barcelona.

Pero dejemos eso para después. Porque el concierto empezó con recogimiento casi religioso (como siempre en total penumbra y con la prohibición expresa de fotos y vídeos), con Carissa, quizás la más conmovedora, si se pueden establecer clasificaciones, de las canciones de Benji. La historia de la prima segunda de Mark, que murió con 35 a causa de la explosión de un aerosol sonó impresionante, a pesar de algún desajuste en la afinación. Sobre los arpegios a la guitarra clásica característicos del Kozelek de la última época, la suavidad a la batería de Eric Pollard, y sus coros angelicales, creaban un extraordinario ambiente. Chris Connolly se ocupaba de emular los bajos con la mano izquierda del teclado o de crear sonidos de fondo, nunca en primer plano. Y en el centro de la escena, un guitarrista, al que Kozelek presentó como Vasco, y del que dijo que se había incorporado al grupo en el anterior concierto. Vasco se ocupaba de dibujar detalles improvisadamente entre la suavidad reinante, casi siempre con acierto y gusto, o de hacer algún solo cuando se lo ordenaba el jefe (“esta no se la sabe Vasco, así que hará un solo en medio”, dijo en varias ocasiones, después de asegurar que no tenía ni idea de cuál era el apellido de Vasco, e incluso preguntar si alguien del público lo conocía). El grupo enlazó con Truck Driver, la canción en la que Kozelek cuenta la también trágica historia de su tío, que murió de la misma forma que Carissa, años antes.

Y Kozelek ya empezó con su discutible concepto de interacción con el público. Tras preguntarle a la chica rubia del extremo izquierdo cómo se llamaba, “Geraldine” y dedicarle una sonrisa, y alguna alusión a su novio, inició el leit-motiv de la noche: “¡No veo más que tíos mayores en primera fila! No sé por qué vienen a verme siempre tantos tíos y tan viejos”, y cosas así. Los aludidos sonreíamos con complicidad. De momento. A la siguiente canción volvió a atacar: “¿Es que no hay mujeres aquí? ¿Cómo lo hacéis para f*ll*r en esta ciudad?”, y cosas parecidas en un tono de enfado supuestamente simulado. Con la ambigüedad de ser un borde o estar de broma, o las dos cosas a la vez. También le preguntó a la chica rubia cuál era su canción favorita y ella no supo o no quiso decir un título: “Lo imaginaba”, respondió con cortante ironía. El novio estuvo más espabilado y le dijo que su mejor disco era el último, lo cuál complació a Mark, claro. También que respondiera “34 años” cuando le preguntó su edad. También debía verle viejo a primera vista. Kozelek se puso definitivamente plasta, y dejó de tener gracia, cuando presentó I Love My Dad. “Esta canción está dedicada a mi padre, que tiene 81 años. Más o menos la edad que tienen estos”, mientras nos señalaba los que estábamos en la frontera de los 40 y los 50. O sea, como él. ¿Es un modo de tratar de asumir que ya no es joven y por tanto tampoco su público? ¿Lleva mal no ligar en cada ciudad como antes? ¿Pretendía que nos fuéramos de ese sitio, o que le respondiéramos? Casi nadie lo hizo, porque la cosa no daba más de sí. Hasta los músicos, mientras mantenían una sonrisa congelada, parecían estar deseando que se dejara de chorradas y se pusiera a tocar. Pero él aún dedicó un tiempo a comentar que los del balcón parecían invitados con máscara como los de Eyes Wide Shut. De dominar el inglés y la lengua afilada como él, podíamos haberle comentado que está gordo, y que cuando cantó sin la guitarra temimos seriamente que los botones de la zona abdominal salieran disparados hacia nosotros.

Esta forma de actuar, que ya parece que se ha convertido en un show establecido (va diciendo cosas parecidas en cada ciudad) es incómoda, y extraña, sobre todo por el brutal contraste que supone con el resto de la velada, lo importante: un concierto extraordinario, de una sensiblidad y emoción constante, muy variado en los matices e incluso en la forma de las canciones para lo que suele ser la peculiar cadencia de Kozelek. Choca muchísimo que alguien que se entrega de esa manera en cada interpretación, que con los ojos cerrados se expresa como buscando la máxima emoción, y consiguiéndola, y se entrega en todo lo que canta y toca, pase en un instante a convertirse en el gracioso del bar con tendencia a la bronca. Aunque siempre se escude en la suposición mediante sonrisa de que ‘estamos de broma’. Sólo he visto un caso parecido en John Martyn, que también pasaba en un instante de la impresionante delicadeza y elegancia de sus canciones, a las intervenciones burdas de hooligan. En otros momentos Kozelek sí estuvo realmente gracioso, como cuando, mientras afinaba la guitarra, un espectador pegó un inesperado berrido, “Maaaark!” y él, impasible, levantó la mirada y le dijo: “Me estás asustando”.

Afortunadamente, a la quinta canción se concentró casi exclusivamente en la música. Y fue desgranando la mayor parte de Benji. Tras la devoción por su madre y la preocupación por que un día le falte en I Can’t Live Without My Mother’s Love, el relato de sus primeras experiencias sexuales (el primer beso, el primer polvo con el Animals de Pink Floyd sonando en el tocadiscos o acostándose con dos amigas a la vez) en Dogs, que sonó muy cañera, o el sorprendente y casi eufórico rock & roll que es la mencionada I Love My Dad.

En Richard Ramirez Died Today of Natural Causes, atacó casi con furia el retrato del psicópata asesino, uno de los dos temas del disco en los que Kozelek bordea el rap con un borbotón de palabras de apasioanante narrativa. Sorprende que en directo pueda recordar y nunca trabarse con tan extensos textos, y cantarlos con tanta convicción. La triple añoranza de Micheline (de una vecina “cuyo cerebro iba un poco más lento que los demás”, de su amigo Brett y de su abuela) se unió al recuerdo del primer visionado en la adolescencia de la película de Led Zeppelin I Watched the Film The Song Remains The Same, otro de los momentos en que la voz de Kozelek alcanzó lo sublime con la ayuda de los muy trabajados coros de Pollard.

Tras desperezarse como si se acabara de levantar de la cama, dio por concluido el repaso a Benji, y atacó con una versión de Hey You Bastard I’m Still Here, de su disco con Desertshore, de inesperada contundencia, mucho más que en el disco, casi desgañitándose con la voz: el esfuerzo terminó en ovación. Pidió silencio porque “esta es una canción muy importante”. Y vaya si lo era: Gustavo, la historia del chico que contrató para que le arreglara la casa, con una melodía que pone la piel de gallina. Sustituyendo la electrónica del original por la rítmica naturalista de Pollard, fue otra cumbre emocional del concierto.

Claro, que desconcierta un poco que quien acaba de interpretar algo tan íntimo y conmovedor y te ha mantenido esos cinco minutos en la gloria, suelte tras afinar cuidadosamente la guitarra: “Uf, me estoy aburriendo. ¿Por qué no me contáis algo? Y además tengo ganas de mear”. Seguía de broma, claro. “¿Cuál queréis que toquemos?”. “Haz una mezcla de todas”, se le ocurrió decir a una chica. “¡Que te jodan, ¿tú qué te crees? Ven aquí y toca tú la guitarra”. Todo con una sonrisa cómplice, claro. Y con el público riendo. Por si acaso. Ejem.

Vuelta a la más exquisita delicadeza con Caroline, otro trasvase natural de la electrónica de Jimmy LaValle a la acústica de Sun Kil Moon. Y el reto se convirtió en proeza con By the Time That I Awake, con Eric Pollard sustituyendo la caja de ritmos original por un impecable trasunto de drum’n’bass hecho con la batería. Espléndido. Se seguía confirmando, para quien no lo hubiera adivinado en disco, que Perils From the Sea tiene canciones tan extraordinarias, y tantas, como Benji. Otra ovación, especialmente para Pollard.

Kozelek, que no suele repetir el repertorio de una noche a otra, iba eligiendo algunas canciones sobre la marcha, y dando instrucciones a Vasco si era una de las que no se sabía el guitarrista, algo cohibido ante la sorna del jefe. Pero todo era placidez y armonía en cuanto empezaba a sonar la música.

The Moderately Talented Yet Attractive Young Woman vs. The Exceptionally Talented Yet Not So Attractive Middle Aged Man, sin duda uno de los títulos de canción más locos de la historia, sirve para hacer un equivalente con esa esquizofrenia escénica de Kozelek, pero sonó celestial antes de la primera despedida, con Katowice or Cologne.

Con esa mirada soñolienta que acostumbra a tener, estirándose y rascándose los ojos como un niño, haciéndose el cansado, no escatimó en el bis. Primero él solo con la guitarra, en su faceta más Andrés Segovia, con la compleja pero acogedora melodía de Black Kite y, en la misma línea, Elaine. Y sin respiro, atacó That Bird Has A Broken Wing, que terminó abruptamente (otra de sus costumbres cuando toca solo) antes de levantarse de la silla y desaparecer sin mirar al público.

Pero, en su contraste infinito, volvió a salir con el grupo, para dar otra de cal y otra de arena en lo afectivo. “No te voy a olvidar, Geraldine”, a la chica de la derecha, “siempre os llevaré conmigo también a vosotros, los de Eyes Wide Shut“, continuó con creciente sorna, “y a todos estos viejos”. Anunció Livingston Bramble y cuando uno de los ‘viejos’ de primera fila no pudo contener un espontáneo “¡all right!” de agradecimiento, Kozelek se lanzó con su artillería sarcástica. “All right, ¿eh? Te has excitado, verdad?”, poniendo tono de machito, y haciendo un inequívoco gesto con el antebrazo, mientras el hombre ponía cara de póker y, quizás se mordía la lengua. Y a continuación la canción de Kozelek & Desertshore en la que cita a Neils Cline (“por supuesto que odio a Neils Cline”, recalcó con más coña antes de empezarla) sonó en una inesperada versión lenta y atmosférica. Dos horas de concierto, musicalmente extraordinario, por momentos sublime. No está mal para un genio tocapelotas.

P. D.: En esas circunstancias, con la penumbra y la prohibición expresa por doquier de filmar y fotografiar, era suicida atreverse a sacar la cámara. Apenas lo hice para sacar esas oscuras instantáneas. Pero alguien sí se atrevió, desde el balcón al parecer, y ha colgado la preciosa Carissa en Youtube.

Un espacio en 3D: cine, música, libros y más

Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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