Y 30 años y medio después, The Stranglers volvieron a conquistar San Sebastián y alrededores por la otra esquina, por Intxaurrondo y se repitieron algunas circunstancias: sala abarrotada (el Centro Cultural Intxaurrondo con sus 500 localidades se quedó pequeño, y algunos fuera sin entrada), calor y fervor entre el público, y un concierto compacto y rotundo, convincente de principio a fin y muy por encima de lo que se pueda esperar de un grupo que lleva 40 años actuando, y con dos bajas en su formación clásica, aunque perfectamente asumidas.
Muchos ni siquiera conocían la sala de Intxaurrondo, aunque ya han pasado por allí muchos nombres recomendables y hasta imprescindibles. Pero The Stranglers sacaron de casa, o devolvieron a la sala de conciertos, a muchos que ya las frecuentan poco. Y conocieron las estupendas cosas que nos brinda con frecuencia el circuito Donostikluba y Ginmusica. Predominaba entre el público la generación que está ahora alrededor de los 50, pero también los había más jóvenes, algunos tanto como para tratar de cumplir rituales de baile punk. El diálogo “¿Les viste en el Autódromo”, “No me dejaron mis padres, tenía 16 años” o bien “Sí, fue mi primer concierto, inolvidable” y comentarios similares sonaban en el abarrotado hall del Centro Cultural Intxaurrondo donde se agotó la cerveza antes de que se acabara el concierto.
Pero si alguien tenía la tentación de hacer la lectura de “reunión de viejas glorias”, tanto encima como bajo el escenario, The Stranglers pronto se encargaron de dejar las cosas claras. Tras la media hora de caña a dúo de Niña Coyote eta Chico Tornado, versión euskaldun de The White Stripes en formación y planteamiento musical, con suficiente desparpajo y potencia, sonó el himno de los hombres-de-negro en pregrabado, toda una tradición.
Porque The Stranglers hacen buen uso de sus propias tradiciones, o de unas señas de identidad únicas, que mantienen con absoluta dignidad y vigencia. Su clásico logotipo como telón de fondo, y el bajo de Jean-Jacques Burnel atronando como siempre: ya no da esas patadas al aire, pero sigue siendo uno de los bajistas que más han sabido tomar el papel solista, y combinar contundencia y melodía a la vez, con una peculiar forma de moverse en escena, agachado y mirando fijamente al público que Baz Warne también practicó.
El teclista Dave Greenfield, que entre la edad y el pelo rapado parece haber mutado en Peter Lorre, continúa aportando el otro sonido distintivo de un grupo que, como decíamos en el post anterior siempre fue una rareza dentro del punk. Curiosamente, los dos miembros originales del grupo que permanecen son los que siempre han marcado la esencia de su sonido, por mucho que se pueda echar de menos a Hugh Cornwell. Aunque no tanto: Baz Warne no solo está integradísimo, sino que parece un Strangler de toda la vida. Tiene voz, fiereza guitarrera y actitud. Y un humor de gentleman británico también muy apropiado. Entre él y Burnel hay entendimiento total (en algún momento a punto de excederse en los detalles jocosos) y al cuarteto se le ve disfrutar de principio a fin, sin fisuras ni en el ánimo, ni en la fuerza, ni en el convencimiento, tanto en la retahila de clásicos imperecederos que van hilvanando como en los temas de discos recientes que insertan con total armonía.
Empezar con dos himnos como Toiler On the Sea y No More Heroes puso el listón muy alto, pero no suponía quemar cartuchos desde el principio: saben que tienen un material poderosísimo en diferentes facetas y van echando mano de él durante casi dos horas, siempre con variables y sorpresas, enlazando una canción tras otra (apenas hicieron un par de parones para saludar y tomar algo de aire) y con la energía de un batería joven que parecía el hijo strangler del legendario y ya forzosamente retirado por salud Jet Black.
Siguieron en su primera etapa con Threatened y Was It You?, pero enseguida reivindicaron Summat Outanowt de su penúltimo álbum, Suite XVI…que se da la mano perfectamente con sus inicios punk y esos teclados cuasi sinfónicos que con tanto atrevimiento ha metido siempre Greenfield. Él es protagonista total en la teatral Peasent in the Big Shitty, mostrando su dominio-diversión desde la atalaya de unos teclados en los que se leía “no queso no bolo”. En más de una ocasión hacía un solo con una mano mientras con la otra bebia de uno de sus múltiples vasos: el humor socarrón del veterano que, sin embargo, no está de vuelta de todo. Y empieza el bajo de Peaches y otra vez piensas en la cantidad de temazos que tienen.
A continuación, un glorioso trío de su faceta más comercial y sensible, de modo algo similar al que hicieron en el Autódromo, esta vez con la recitativa Midnight Summer’s Dream (la única canción en la que se echa de menos verdaderamente a Hugh Cornwell), el vals de Golden Brown (hay que recordar que estos estandartes del punk utilizan mucho ritmos como el vals y el tango), y un Always the Sun masivamente coreado (y que en Madrid dos días antes no habían tocado), seguramente el momento más pop y comercial de su carrera…y otra canción enorme: The Stranglers aprietan en todos los palos.
Y aunque no hicieron European Female, uno sentía que acertaban con cada nueva elección, rescantando por ejemplo esa otra perla que cerraba el álbum 10, Never Look Back, o acordándose de Aural Sculpture (creo que no pasaron por alto ninguno de sus elepés) con Skin Deep. Presentaron Thrown Away como disco music (reivindicando hasta qué punto son eclécticos), intercalaron brillantes píldoras new wave como Nuclear Device y el reggae-rock de Nice’n’Sleazy (con una de las líneas de bajo más impresionantes de la historia), recordándonos al mismo tiempo que tienen excelentes canciones recientes como Lowlands y Freedom Is Insane de su último álbum Giants y dieron la campanada rescatando su versión de uno de los mayores clásicos de Burt Bacharach, Walk On By, que algunos ni sabían que ya habían publicaron en un single en la época de Black & White y alargada con un estupendo solo de guitarra de Baz. Rock y sofisticación melódica a la máxima potencia para preparar el tramo final con otro trio de clásicazos, Duchess, 5 Minutes y Hanging Around.
Para el primer bis les sobraban energías aún, con Norfolk Coast, Something Better Change y un fin de fiesta multicoreado con otra de sus legendarias versiones, el All Day And All of the Night de The Kinks. Pero aún volvieron a salir, y Jean-Jacques Burnel sin camiseta para mostrar los pectorales que mantiene a sus 62 años!
26 canciones en 110 minutos. Nada más lejos de The Stranglers que la banda que pasea sus miserias añejas añorando viejas glorias. Su directo sigue siendo un disfrute pleno, un ejemplo de dignidad y pertinencia en la franja del 60+.