Los astros se conjugaron para soltar lluvia y fastidiar el plan de ver a Tindersticks en el anfiteatro de Miramon (dentro de la programación Music Box de la capitalidad cultural), pero también para darnos una alegría y resolvernos a algunos el terrible dilema que teníamos y permitirnos ver el otro concierto en principio programado a la misma hora en el Dabadaba, el de Sr. Chinarro. Finalmente Tindersticks en Tabakalera, y a continuación y justo al lado Sr. Chinarro en el Dabadaba, fue un plan redondo que hubiera valido por toda una jornada en el mejor festival indie del mundo: fueron dos conciertos extraordinarios, cada uno en lo suyo, imposible designar al mejor.
Era la cuarta visita de Tindersticks a San Sebastián, aunque quizás pocos se acuerden de la primera, en 1999, en el Victoria Eugenia como las dos siguientes, y con lucido programa doble: Arab Strap ocuparon entonces la primera parte con un Aidan Moffat ejerciendo su pose de lazy man como nunca. Volvieron en 2009, y en 2012 dejaron incluso un legado: su disco Live in San Sebastian, con ocho de las canciones de aquel concierto en el que tuvieron el mismo telonero de este sábado, sensible constructor de capas sonoras con samples superpuestos, guitarra y percusión, acompañado de un saxo. El resultado era bonito, aunque quizás poco apropiado para un público que de pie hacía tiempo, más que nada, hasta que salieran los Tindersticks.
Había cierta prevención: la sala desnuda de Tabakalera donde finalmente fue el concierto hacía temer una mala acústica y un ambiente poco acogedor; y el hecho de que el concierto fuera gratuito parecía una invitación a los charlatanes a comerse a gritos a Stuart Staples. Y sin embargo, desde la salida a escena, precisamente con un tema de lo más tranquilo como Second Chance Man, el prodigio tuvo lugar y la voz de Staples y los delicadísimos y austeros arreglos de la banda crearon su manto atmosférico que hace que todo quede en suspenso, y solo quepan las emociones reposadas que arrastran las canciones. Y el sonido fue cálido y cristalino.
Acudieron cada dos por tres al nuevo y notable álbum, The Waiting Room (la canción que le da título, sólo con órgano eclesiástico fue uno de los momentos de levitar) pero también al anterior The Something Rain (Medicine fue otro de los más emocionantes momentos), e intercalando alguna pieza primeriza, como Sleepy Song y She’s Gone. El repertorio era casi calcado al de Barcelona y otros conciertos anteriores, y sin embargo no había nada de mecánico ni prefigurado en una interpretación absolutamente entregada y apasionada por parte de los cinco músicos. Y cuando acometieron una canción ajena, una de las más bellas y conmovedoras jamas compuestas, Johnny Guitar, alcanzaron las cotas de lo sublime. He aquí:
En la segunda parte fue creciendo la intensidad y We Are Dreamers! y Show Me Everything fueron demostraciones de fuerza ensoñadora sin abandonar la delicadeza. Se despidieron antes del bis con recogimiento, en A Night So Still, con esa precioso arpegio de guitarra en bucle de Neil Fraser que podría durar toda la noche. El bis con Sometimes it Hurts y My Oblivion coronaron un concierto impecable, en el mejor sonido de la palabra, y emocionante por doquier. Que vuelvan cuando quieran.
Con su gracejo serio habitual, el alma mater de Sr. Chinarro, Antonio Luque, nos recibió en el Dabadaba con complicidad: “¿Qué tal han estado los Tindersticks? ¿Han tocado muchas del primero?” para a continuación aclarar: “Nosotros no vamos a tocar ninguna del primero”. Del primero no, pero de la segunda parte de la prolífica carrera de Sr. Chinarro soltaron veintipico canciones, muy bien seleccionadas.
Y desde el primer momento quedó claro que íbamos a ver la mejor versión de Sr. Chinarro probablemente de toda su historia. Acompañado por tres jovenzuelos que eran una maquina fabulosa de contundencia y sutileza (el líder nos contó luego que solo llevan seis conciertos juntos, increíble), Antonio Luque se crecía y se enseñoreaba con esas gloriosas letras que siguen plenas de inspiración y gracia (sin chiste) y originalidad, y que se entendían perfectamente en el potentísimo pero claro sonido que consiguieron los del Dabadaba (nada que ver con el de estos vídeos que solo incluimos como souvenir). Antonio se mecía también en el entusiasmo que generaba cada canción en el público que llenaba la sala, y fue hora y cuarta larga sin descanso ni desperdicio, cada canción mejor que la anterior, dando cuenta de un repertorio que aparecía así mucho más variado de lo que el tópico sobre Sr. Chinarro hace creer.
De Efectos especiales a El lejano Oeste, Del montón, Droguerías y farmacias, Babieca, Todo acerca del cariño… un monton de canciones que sonaban más vibrantes que nunca con los elaborados dibujos de guitarra, y una sabia mezcla de contundencia y refinamiento en la base rítmica.
Una llamada a la acción fue el comienzo del abandono, sin ningún signo de agotamiento. El regreso nos brindó una arrebatadora versión de El progreso, y “como los del Dabadaba nos han invitado a chuletón”, nos regalaron aún una más que no estaba prevista: si María de las Nieves es una de las más emocionantes composiciones de Antonio Luque, la versión que hicieron fue de 10. Gran colofón para un concierto del que todo el mundo salía entusiasmado. Y para una noche memorable.