Impresionante. Asombroso. Apasionante. Y así. Lo que hizo Hiromi con su trío ayer en el Kursaal nos dejó boquiabiertos por su increíble técnica; pero, lo que es más importante, nos dejó arrebatados por la pasión, la energía y la imaginación melodiosa que Hiromi desplegó sobre el teclado del piano de cola. Lo que hace la pianista es como si una atleta que está corriendo los cien metros lisos parara en seco para ofrecer unos gráciles pasos de ballet y continuara saltando vallas, haciendo triples saltos mortales y al llegar a la meta, escribiera un poema de amor sonriendo al público como si nada hubiera pasado.
Pero no estamos hablando de números circenses ni exhibicionismo gratuito. Hiromi es alta tensión: te tiene agarrado por las solapas durante todo el concierto, tanto cuando se convierte en una locomotora imparable, como cuando acaricia las teclas candorosamente, con esa digitación siempre precisa y con la pulsión medida. Una tensión continua, que se inicia desde la primera nota. Empezó el trío con aires solemnes y dramáticos para elaborar un primer desarrollo con leves raíces en el jazz-rock de los 70, pero rápidamente revelador del estilo muy personal de Hiromi, construido igualmente con formas del romanticismo clásico, y multiplicado gracias a las estructuras cíclicas y los contrarritmos que utiliza continuamente. Así va haciendo crecer esa tensión apasionada que se contagia inmediatamente al público que ayer, en la primera pieza, ya brindó una ovación como para coronar un concierto triunfal. Y luego la cosa fue a más, con ‘Now or Never’, y sus sincopados ritmos funky, tema en el que jugó con el pequeño teclado rojo sobre el piano.
El concierto de presentación del disco ‘Voice’, sin embargo, no fue solo una muestra de las virtudes de Hiromi, sino un trío que funcionaba como una maquinaria tan compleja como contundente. Toda la música de Hiromi está marcada por un sentido del ritmo inagotable, y el bajista Anthony Jackson y el batería Simon Phillips forman parte indisoluble del frenesí con el que Hiromi se regodea en las notas graves, o las velocísimas e indesmayables escalas por todo el teclado que hacen que el ‘vuelo del moscardón’ parezca un ejercicio infantil. Insistimos: toda esa técnica es asombrosa pero cuenta mucho más la emocionante y euforizante capacidad de la pianista y sus dos acompañantes para conmover al oyente.
La discípula que el año pasado acompañaba a Stanley Clarke y ya asombró al público del Jazzaldia, se medía esta vez con su maestro al día siguiente de que Return To Forever actuara en el Kursaal. Y no es por comparar, pero mientras Clarke y los suyos se mostraron técnicamente impecables pero escasamente innovadores o apasionados, el trío de Hiromi transmitió pasión, belleza y entrega sin parar. Hubo un solo de Jackson y otro de Phillips, pero el engranaje entre los tres era lo que brillaba, con Hiromi levantándose, abalanzándose sobre el teclado, saltando, viviendo cada nota como un reto.
Si el público estaba todo el rato a punto de romper en aplausos, pero se reservaba para los intermedios, y luego ovacionaba y vitoreaba sin parar hasta el siguiente tema, la despedida, antes y después del bis, fue en pie y con la máxima entrega, como merecía.
Foto: Lolo Vasco / Jazzaldia.