Nunca he tenido aprecio a Cyndi Lauper, ni a su voz ni a sus canciones, excepto en el caso de ‘Time After Time’, aunque no me di cuenta de la gran canción que es hasta que Miles Davis hizo su versión. Ni siquiera tenía alguno de sus éxitos entre esas canciones que todos reconocemos racionalmente como horteras o incluso malas, y sin embargo no podemos evitar que nos gusten, que suele pasar. Así que no tenía ni especial interés ni mucha confianza en la actuación de Cyndi Lauper, aunque eso de que viniera al Jazzaldia a cantar blues tenía su punto.
Y sin embargo su concierto en la clausura del Jazzaldia fue una gozada. Ver a una mujer que se conserva físicamente muy bien (enfundada en cuero negro y con melena rubia), que tiene ahora una voz más recia que en su exitosa juventud, que puede hacer buen blues comercial, ya es una agradable sorpresa para quienes seguíamos teniendo esa imagen de chica pizpireta y un poco atolondrada. Pero es que además la nueva Cyndi se mojó en todos los sentidos. Alucinada de ver la plaza llena de gente entusiasmada, cuando no paraba de jarrear ni un segundo, le hizo crecerse y bajó hasta tres veces a cantar entre el público, a mojarse la melena y desmaquillarse por la vía rápida, aunque nos han contado que es de las que necesita tres horas de su esteticiene de confianza y los mejores ungüentos del mercado antes de exponer su imagen públicamente.
No pude ver su concierto entero por los clásicos motivos profesionales, pero la segunda parte fue una fiesta gozosa, y no solo cuando cantó ‘Girls Just Want To Have Fun’ con toda la plaza embutida en ponchos de plástico o directamente calada y coreando a grito pelao; también cuando hizo una versión de ‘What’s Going On’ de Marvin Gaye, justita pero agradable, o cuando tocó esa especie de guitarrilla horizontal y con el acompañamiento de una armónica ‘Time After Time’ y ‘True Colors’. Bravo por Cyndi, fue una jabata y lo dio todo. En su caso, la lluvia fue una aliada que supo aprovechar bien.
En el descanso había que salir de allí para poder abrir un rato el paraguas o repostar en algún bar cercano, preferentemente con secador en el baño. Muchos no volvieron, y es que había un buen puñado de gente que había ido a la Trinidad solo por ver a Cyndi Lauper. Otros no se veían con capacidad para seguir dos horas más bajo la lluvia: podía llover finamente o raudales, con viento racheado o en vertical, pero llovía y llovía y llovía, como decía el cantante aquel de los años 60.
Ah, pero fue salir Mavis Staples con su voz, con su logorrea gospel divertidísima entre canción y canción, con su redondez bonachona y sonriente, y con la promesa de que nos lo iba a hacer pasar muy bien, para que el gozo continuara, con la plaza aún bastante llena, incluidas las gradas y el ‘anfiteatro’. Solo con empezar a oir a esa banda, un trío de guitarra, bajo y batería únicamente, más tres voces celestiales, ya te estabas empapando de las mejores esencias del soul, el gospel y el blues.
Cuando cantó ‘Wade in the Water’ estábamos caminando sobre las aguas y bailando en las calles. El recuerdo tan sentido, nombrados uno por uno, a los componentes de The Band, fue el colofón a una espléndida versión de ‘The Weight’. Y así hasta las doce de la noche, cuando una exhausta Mavis, que no se cansó de celebrar que se había aprendido el nombre de San Sebastián y aseguraba que cuando volviera a Chicago iba a contar a todo el mundo lo que había vivido aquí, se desparramó en una silla, junto a su hermana Yvonne que formaba parte del coro. Las dos señoronas se tapaban con toallas y toquillas. La banda arremetía con rocanrol furioso, el viento arreciaba y empapaba a los músicos, y los cientos de fieles que permanecíamos allí húmedos de satisfacción, entre otras cosas, nos asombrábamos con la calidad del guitarrista Rick Holmstrom, el batería Stephen Hodges y el bajista Jeff Turmes. Terminaron y la audiencia, que teníamos una pinta lamentable, la verdad, todavía pedíamos un bis. No lo dieron, claro, porque era una insensatez, la situación pluviométrica en el escenario era ya insostenible.
Tan digno de admiración como la entrega de los artistas fue el milagro de que el concierto empezara solo diez minutos tarde, y no por motivos técnicos sino porque Cyndi llegó tarde, y que en las cuatro horas bajo el agua no se produjera ni un solo problema técnico (al menos que el público notase), que se hiciera el cambio de equipo sin problemas en semejantes circunstancias, y que, para remate, el sonido fuese extraordinario durante toda la noche. Así que cuánto llovió, pero qué bien nos lo pasamos.
Foto: Lolo Vasco / Jazzaldia